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Miércoles, 02 de Noviembre de 2016
Astronáutica

Disco de Rosetta: Regreso al futuro

¿Qué tienen en común una nave cazacometas, una roca volcánica de 2.200 años de antigüedad y un archivo de las lenguas del mundo? Que no solo comparten el nombre de Rosetta, sino que todos ellos desafían al tiempo y tienden un sólido puente que atraviesa los milenios.

 

Esta extraordinaria historia comienza hace poco más de 200 años, cerca de la ciudad de Rachid —o, como se conocía en aquel entonces, Rosetta—, a orillas del Delta del Nilo. Durante la demolición rutinaria de un muro de piedra, soldados del ejército de Napoleón descubrieron una extraña losa de roca volcánica. Grabado sobre la superficie pulida de esta estela basáltica se hallaban tres inscripciones: una en jeroglíficos egipcios, otra en griego y la última en demótico, una forma de escritura simplificada del egipcio antiguo.

 

La excepcional yuxtaposición de estos textos paralelos fue la clave que permitió desvelar los secretos de una civilización extinta hacía siglos. Gracias al titánico esfuerzo de pioneros como el erudito francés Jean-Francois Champollion o el físico inglés Thomas Young, fue posible descifrar por primera vez la escritura jeroglífica, uno de los mayores hitos que facilitaron la comprensión de la vida y la cultura del antiguo país de los faraones.

 

Casi dos siglos después, mientras comenzaban a planificar la primera misión que orbitaría un cometa y aterrizaría sobre él, los científicos europeos quisieron rendir un homenaje a este descubrimiento. Y así, la Agencia Espacial Europea accedió a nombrar esta ambiciosa empresa en honor a la Piedra de Rosetta.

 

Igual que la Piedra de Rosetta proporcionó la llave para abrir las puertas de una civilización antigua, la misión homónima de la ESA desvelaría los misterios de los cometas, los componentes más antiguos de nuestro Sistema Solar. Rosetta, digna heredera de Champollion y Young, ha permitido a los científicos atravesar las brumas del tiempo hasta llegar a una época, hace 4.600 millones de años, en la que no existía planeta alguno y alrededor del Sol solo había un vasto enjambre de rocas cósmicas.

 

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(Foto: The Long Now Foundation: CC BY-SA 3.0)

 

Esta misión sin precedentes para explorar un primitivo planeta helado finalizó el 30 de septiembre de 2016, tras un aterrizaje suave que dejó una embajadora terrestre orbitando el Sol por toda la eternidad a bordo del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. Pero, atención, porque el trabajo de Rosetta no ha finalizado por completo. Preservado bajo las cubiertas térmicas de la nave se encuentra el Disco de Rosetta, el equivalente moderno de la Piedra de Rosetta original.

 

Este disco de níquel de 7,5 cm de diámetro contiene un millar de idiomas y constituye un amplio archivo cultural recogido por la Long Now Foundation, con sede en la ciudad estadounidense de San Francisco. Cada página de texto, miniaturizada y grabada en forma de imagen sobre el disco, podría leerse simplemente con un microscopio. Y es precisamente esta sencillez lo que garantiza su preservación pese a lo cambiante de las tecnologías, que podría imposibilitar la lectura de un disco digital mediante ordenadores en el futuro.

 

Este disco único se incorporó en la sonda Rosetta durante una conferencia de prensa previa a su lanzamiento celebrada en Kourou, Guayana Francesa, el 18 de noviembre de 2002.

 

“El objetivo de la Long Now Foundation es conservar las lenguas del mundo para las generaciones futuras, por lo que estamos felices de incorporar este disco a la sonda Rosetta y así garantizar su supervivencia para la posteridad”, explicó John Ellwood, director del Proyecto Rosetta, durante la ceremonia.

 

Mientras los lingüistas luchan en la Tierra por preservar el rico patrimonio que constituyen las lenguas vivas, la sonda Rosetta conservará un registro de la actual diversidad lingüística para el futuro lejano, mucho después de que sus hablantes hayan desaparecido y muchas de sus lenguas se hayan olvidado. (Fuente: ESA)

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