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Redacción
Miércoles, 14 de Marzo de 2018
Geología

La extraordinaria supervivencia de humanos tras la mayor erupción volcánica de los últimos millones de años

Imaginemos un año en África en el que el verano no llega nunca. El cielo adopta un tono gris durante el día y resplandece con un color rojizo por la noche. Las plantas ya no florecen. Los árboles mueren durante el inverno. Los mamíferos grandes como los antílopes adelgazan, mueren de hambre y proporcionan un escaso sustento a los depredadores (bestias carnívoras y cazadores humanos) que dependen de ellos. Esta es la imagen de la vida en la Tierra después de la erupción del supervolcán indonesio Toba, hace unos 74.000 años, la mayor erupción volcánica de entre todas las conocidas de los últimos millones de años. Ahora, los resultados de una investigación demuestran la notable supervivencia de humanos anatómicamente modernos en la costa de Sudáfrica durante esa época catastrófica.

 

Se cree que una erupción cien veces más pequeña que la del Toba, la del Tambora, también en Indonesia, en 1815, fue la responsable de un año sin verano en 1816. El impacto sobre la población humana fue calamitoso, con cosechas fallidas en Eurasia y Norteamérica, hambrunas y emigraciones en masa. Los efectos del Toba debieron tener un impacto mucho mayor y más duradero sobre las personas de todo el mundo.

 

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La escala de la precipitación de ceniza atestigua por sí sola la magnitud del desastre medioambiental. Enormes cantidades de aerosoles inyectados en la atmósfera debieron disminuir gravemente la luz solar, con estimaciones que van de un 25 a un 90 por ciento de reducción. Bajo estas condiciones, es predecible la muerte de las plantas, y existen evidencias de una sequía notable, de incendios forestales y de cambios drásticos en la comunidad vegetal en el este de África justo después de la erupción del Toba.

 

Si el Tambora creó tal devastación a lo largo de todo un año, y este no fue nada comparado con el Toba, podemos imaginar una catástrofe mundial con la erupción de este último, un suceso que duraría años y empujaría a la vida hasta el borde la extinción.

 

En Indonesia, la fuente de la destrucción habría sido evidente para los aterrorizados testigos, poco antes de morir.

 

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Los trocitos microscópicos de vidrio analizados en la nueva investigación fueron transportados a casi 9.000 km desde su origen en Indonesia, aterrizando en lo que hoy son dos yacimientos en la costa sur de Sudáfrica. (Foto: Erich Fisher)

 

Sin embargo, si hubiésemos sido cazadores-recolectores en África hace 74.000 años, no habríamos tenido pista alguna sobre la razón del cambio súbito y devastador en el clima. El efecto de la erupción del Toba debió notarse más en algunos ecosistemas que en otros, lo que condujo posiblemente a que la supervivencia fuese mucho más probable en áreas que servían de refugio y en las cuales algunos grupos de humanos subsistieron más fácilmente que sus congéneres afincados en otras zonas durante aquella época terrible. Para que una zona sirviese de refugio, una condición indispensable era que poseyera recursos alimentarios que no dependieran del crecimiento vegetal en tierra. Los recursos costeros, como el marisco, son muy nutritivos y menos vulnerables a los efectos de una erupción volcánica que las plantas y animales de tierra firme.

 

El equipo internacional de Erich Fisher, del Instituto de los Orígenes Humanos, dependiente de la Universidad Estatal de Arizona en Estados Unidos, ha conseguido asomarse a esta época y lugar gracias al análisis de trozos microscópicos de cristal expulsados por el supervolcán. Bajo un microscopio, estos trocitos poseen características que permiten identificarlos. Enviados hacia la atmósfera por la erupción, estos fragmentos que resultan invisibles a ojo desnudo se distribuyeron por el mundo.

 

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