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Redacción
Martes, 11 de Diciembre de 2018
Ecología

La fauna antártica está amenazada por los patógenos dispersados por los humanos en latitudes polares

La fauna de latitudes antárticas podría estar en peligro por los patógenos que dispersan los humanos en localidades y bases científicas del océano sur, según un estudio liderado por los expertos Jacob González-Solís, de la Facultad de Biología y del Instituto de Investigación de la Biodiversidad (IRBio) de la Universidad de Barcelona, y Marta Cerdà-Cuéllar, del Instituto de Investigación y Tecnologia Agroalimentarias (IRTA-CReSA) (España).

 

La nueva investigación, que ha detectado bacterias del género Salmonella y Campylobacter de origen humano en aves marinas antárticas y subantárticas, revela la fragilidad de los ecosistemas polares y alerta del riesgo de mortalidad en masa y extinción de poblaciones de fauna local a causa de los patógenos.

 

Exploradores, balleneros, científicos —y más recientemente, también turistas— son ejemplos de colectivos humanos que se han desplazado hasta los puntos más remotos del extremo sur del planeta. Desde hace tiempo, algunos estudios se preguntaban si en latitudes antárticas se habían dado casos de zoonosis inversa (es decir, infecciones que son transmitidas por la especie humana a otros seres vivos). Con todo, y pese a algunos indicios previos, «los estudios científicos sobre agentes zoonóticos en las zonas antárticas y subantárticas han sido muy fragmentados; por tanto, las evidencias son muy dispersas y no totalmente convincentes en este ámbito del conocimiento».

 

La nueva investigación, publicada en la revista Science of The Total Environment, estudia la posible transmisión de bacterias de origen humano a las poblaciones de aves marinas en cuatro áreas de los ecosistemas antárticos y subantárticos. «La cronología y las vías potenciales para la zoonosis inversa en estos ecosistemas son complejas y difíciles de estudiar, pero parecen claramente relacionados con la proximidad de la fauna a zonas subantárticas habitadas por humanos y a la presencia de bases científicas antárticas», detalla el profesor Jacob González-Solís, del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la UB y del IRBio.

 

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Estos agentes patógenos, que causan infecciones frecuentes en las personas, son adquiridos por las aves marinas carroñeras en contacto con el ser humano o el ganado y se dispersan a lo largo del océano sur. (Foto: Jacob González-Solís, Universidad de Barcelona-IRBio)

 

El trabajo confirma las primeras evidencias de zoonosis inversa relacionada con la presencia de bacterias Salmonella y Campylobacter de origen humano en la fauna polar. Una de las señales de alerta ha sido, en concreto, la identificación de cepas de Campylobacter que son resistentes a la ciprofloxacina y la enrofloxacina (antibióticos de uso habitual en medicina y veterinaria).

 

«El descubrimiento de genotipos de Campylobacter habituales en la especie humana o el ganado nos dio la pista definitiva para confirmar que el hombre puede estar introduciendo patógenos en estas regiones tan remotas», detalla Marta Cerdà-Cuéllar, investigadora del IRTA-CReSA. «Estas cepas de Salmonella y Campylobacter, que son causa habitual de infecciones en los humanos y el ganado, no suelen provocar brotes de mortalidad en la fauna salvaje. Ahora bien, los nuevos patógenos emergentes o invasores que llegan a poblaciones altamente sensibles —como la de la fauna antártica y subantártica— podrían tener consecuencias devastadoras y causar el colapso local y la extinción de algunas poblaciones».

 

El estudio muestra que el riesgo de zoonosis inversa es más elevado en áreas cercanas a las zonas geográficas más habitadas, como las islas Malvinas (Falkland) o posiblemente el archipiélago Tristán de Acuña. En este escenario, la conectividad biológica entre comunidades antárticas y subantárticas a través de las aves marinas carroñeras es un factor que aceleraría la circulación de los agentes zoonóticos entre los ecosistemas de distintas latitudes.

 

«Ese sería el caso, por ejemplo, del págalo pardo subantártico (Stercorarius antarcticus), un ave marina carroñera que podría adquirir este patógeno y extenderlo desde las latitudes subantárticas hasta la Antártida», detalla González-Solís.

 

El protocolo del Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente establece una serie de principios aplicables a las actividades humanas en la Antártida para reducir la huella humana en el continente blanco. Sin embargo, algunas áreas subantárticas —que también son el hábitat natural de aves como el págalo pardo subantártico o el petrel gigante— no están protegidas por la normativa y podrían convertirse en la vía de entrada de los agentes patógenos a los frágiles ecosistemas polares.

 

«Nuestros resultados indican claramente que cada vez es más fácil que los humanos puedan introducir agentes patógenos en las regiones prístinas de la Antártida. En consecuencia, la introducción de patógenos en los ecosistemas más remotos del hemisferio sur podría ser una grave amenaza para el futuro de la vida silvestre. Es imprescindible, por tanto, adoptar medidas de bioseguridad más estrictas para limitar los impactos humanos en la Antártida», concluye Jacob González-Solís. (Fuente: U. Barcelona)

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