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Las fugas radiactivas que se están registrando en la central nuclear de
Fukushima Daiichi, y la amenaza de que la situación se prolongue aún más o se
desencadene un escape masivo, invita a hacer comparaciones de este accidente
nuclear con el desatado en la central nuclear de Chernóbil hace ahora 25
años.
En primer lugar, conviene tener en cuenta que la catástrofe de Chernóbil no
es un capítulo cerrado. Aún se trabaja en muchos estudios acerca de los efectos
que el desastre de 1986 en Chernóbil ha tenido, tiene y tendrá sobre la salud
humana. Esos estudios pueden aportar en el futuro nuevos y esclarecedores
resultados sobre los riesgos de salud que afrontan los operarios que más han
trabajado en las tareas para paliar la catástrofe de Fukushima Daiichi, y sobre
los que puede afrontar la población de las cercanías.
La Dra. Lydia Zablotska, epidemióloga de la Universidad de California en
San Francisco, ha publicado varios estudios sobre los impactos en la salud
derivados de la radiactividad emitida durante la catástrofe de Chernóbil. Sus
estudios más recientes, en los que todavía trabaja, están orientados a la
incidencia del cáncer de tiroides entre las personas que sufrieron una
exposición a la radiactividad de Chernóbil en su infancia o adolescencia, y
también a la incidencia de la leucemia y otras enfermedades de la sangre en los
obreros que participaron en las operaciones para mitigar la contaminación
radiactiva de la zona de Chernóbil.
La incidencia del cáncer de tiroides debido a la liberación de yodo-131,
que es un isótopo radiactivo de corta vida, aumentó como consecuencia del
accidente de Chernóbil. Zablotska y sus colegas de la Rama de Epidemiología de
la Radiación, dependiente del Instituto Nacional estadounidense del Cáncer, han
comprobado que la mayor parte de la exposición al yodo radiactivo se debió al
consumo de alimentos contaminados en los primeros meses después del accidente,
aunque hubo también una exposición al yodo radiactivo a través del aire mientras
el combustible nuclear ardía, y el polvo y el gas se propagaban empujados por
los vientos.
"La dosis inhalada fue mínima, y realmente se limitó a la primera semana
después del accidente," explica Zablotska. La mayor exposición se debió a la
ingestión de leche, otros productos lácteos y verduras de hoja. Estos alimentos,
destaca Zablotska, sufrieron una contaminación con ese radioisótopo durante los
dos meses posteriores al accidente.
![[Img #1747]](upload/img/periodico/img_1747.jpg)
Zablotska ha estado estudiando a unas 25.000 personas, que eran niños que
vivían en Ucrania y Bielorrusia en el momento del accidente de Chernóbil. Los
científicos locales midieron la radiactividad en la tiroides de cientos de miles
de niños durante las primeras seis semanas después del accidente.
Zablotska y su equipo de investigación hicieron un seguimiento y les
invitaron a participar en el estudio. Los investigadores analizaron a los
sujetos de estudio varias veces en busca de enfermedades de la tiroides a partir
de 1998. También reunieron información adicional sobre las exposiciones a través
de los alimentos, mediante entrevistas personales con los sujetos a investigar o
sus madres.
Estos estudios han demostrado de forma concluyente que quienes sufrieron
las exposiciones antes de los 18 años, tienen un mayor riesgo de desarrollar
cáncer de tiroides y otras enfermedades de la tiroides relacionadas con la
exposición al yodo radiactivo.
La glándula tiroides absorbe mucho más yodo en los niños en crecimiento.
Los riesgos relacionados con la radiación disminuyen con la edad de
exposición.
Otros radioisótopos liberados en cantidades mucho menores después del
accidente incluyen al estroncio-90, al cesio 137 y al cesio-134, de larga
duración. El estroncio puede competir con el calcio en cuanto a su absorción en
los huesos.
Los órganos difieren en su sensibilidad ante la energía de las radiaciones.
El milisievert es una unidad de radiación utilizada para medir una dosis media
sobre todos los tejidos del cuerpo, y con frecuencia es la medida utilizada en
los estudios de los trabajadores expuestos a los rayos gamma. Un miligray es una
medida de la dosis recibida por órganos específicos. Mil milisieverts equivalen
a un sievert, y mil miligrays equivalen a un gray.
Zablotska ha estado estudiando a 110.000 trabajadores expuestos a los
penetrantes rayos gamma originados en estos radionucleidos durante la limpieza
básica de la central nuclear de Chernóbil que se llevó a cabo de 1986 a
1990.
Zablotska estima que durante esta limpieza, los trabajadores estuvieron
expuestos a un promedio de 76,4 milisieverts. Por tanto, existe entre los
trabajadores un riesgo significativamente mayor de lo normal de desarrollar
leucemia, derivado de la dosis de radiación.
"En estos momentos, realmente no se puede predecir qué riesgos podrían
existir para los trabajadores de la central nuclear de Fukushima o la población
local hasta que sepamos más sobre los escapes radiactivos de los reactores
dañados", advierte Zablotska.