Antropología
Las raíces evolutivas de la xenofobia humana
La tendencia a percibir a las personas forasteras como potencialmente perjudiciales no es exclusiva de los seres humanos, sino que parecen tenerla también nuestros primos evolutivos primates, a juzgar por los resultados de un nuevo estudio.
En una serie de ingeniosos experimentos, un grupo de investigadores de la Universidad de Yale dirigidos por la psicóloga Laurie Santos han comprobado que los monos tratan a los individuos de fuera de sus grupos con el mismo recelo y rechazo con que bastantes humanos tienden a tratar a los forasteros. Esto sugiere que las raíces de la xenofobia humana pueden ser evolutivamente muy antiguas.
Uno de los aspectos más lamentables de la naturaleza humana es que evaluamos a las personas de modo diferente dependiendo de si pertenecen a nuestro grupo, o son de fuera de éste. En casi todos los conflictos en la historia humana han existido personas que han hecho distinciones entre las demás basándose en si son miembros de su propia raza, clan, nación, religión, clase social, etcétera.
El equipo de Santos y Neha Mahajan estudió monos macacos rhesus que viven en una isla cercana a la costa de Puerto Rico. A semejanza de los humanos, los monos de esta población forman de modo natural diferentes grupos sociales basándose en su historia familiar.
En uno de los experimentos, se aplicó a los monos una versión adaptada del Test de Asociación Implícita, un test diseñado para evaluar las reacciones automáticas de los sujetos a palabras y/o imágenes, y cómo asocian inconscientemente lo bueno con los miembros de su grupo y lo malo con los forasteros.
Los investigadores mostraron a los monos una secuencia de imágenes en que se hacían coincidir las fotos de rostros de monos del grupo o de fuera del grupo con fotos de cosas buenas, como frutas, o cosas malas, como arañas.
Los investigadores registraron el tiempo que los monos dedicaron a mirar los dos tipos de secuencias.
Los monos pasaron poco tiempo mirando las secuencias que mostraban rostros de miembros del grupo junto a cosas buenas como frutas, o que mostraban rostros de monos de fuera del grupo junto a cosas malas como arañas. Esto sugiere que los monos consideraron similares en interés estos dos tipos de estímulos.
En cambio, los monos miraron durante más tiempo las secuencias que mostraban a individuos de fuera del grupo junto a cosas positivas como frutas, lo cual sugiere que esta asociación no era natural para los monos y por eso les llamaba más la atención.Al igual que los humanos, los monos tienden a ver espontáneamente a los miembros del grupo de modo positivo, y de modo negativo a los individuos de fuera del grupo.
Los resultados de la nueva investigación sugieren que las distinciones que hacemos los humanos entre los miembros de nuestro grupo (nación, raza, religión...) y los ajenos al mismo, y por lo tanto las raíces de la xenofobia humana, pueden remontarse a por lo menos 25 millones de años atrás, cuando aún existía un ancestro común a los seres humanos y a los monos macacos rhesus.
La mala noticia es que la tendencia a rechazar a los individuos de fuera del grupo parece ser evolutivamente muy antigua, y por lo tanto la xenofobia podría ser una lacra menos fácil de eliminar de lo que nos gustaría pensar, tal como apunta Santos.
La buena noticia es que incluso los monos parecen ser flexibles en cuanto a quién consideran miembro del grupo. Al forastero marginado se le va aceptando poco a poco hasta que ya es parte del grupo. Si los seres humanos podemos encontrar la manera de aprovechar esta flexibilidad innata, eso podría ayudarnos a reducir las actitudes xenófobas.