Climatología
Metano y dióxido de carbono, evaluar en su justa medida el efecto invernadero ejercido por cada uno
A la hora de formular políticas para lidiar con las emisiones de gases de efecto invernadero, o para evaluar el impacto potencial de las diferentes tecnologías energéticas sobre el cambio climático global, uno de los asuntos más espinosos es cómo tener en cuenta las muy distintas características de los diversos gases.
Por ejemplo, el metano es un gas con un potente efecto invernadero, así como un subproducto notable de la utilización de gas natural, defendido por muchos como un “puente” hacia un futuro con menores emisiones. Pero una comparación directa entre el metano y el dióxido de carbono (CO2), el gas de efecto invernadero más abundante emitido por las actividades humanas, es complicada: Si bien el cálculo estándar usado para la evaluación de tecnología y el comercio de emisiones dice que, a igual peso, el metano es unas 30 veces más potente como gas de efecto invernadero que el CO2, muchos científicos dicen que eso es una simplificación excesiva.
El equipo de Jessika Trancik y Morgan Edwards, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en Cambridge, Estados Unidos, ha llegado a la conclusión, en un estudio reciente, de que este factor de conversión (llamado “Potencial de Calentamiento Global”, o GWP por sus siglas en inglés) podría valorar incorrectamente al metano de forma notable. Lograr de forma correcta este factor de conversión es difícil debido a que si bien el impacto inicial del metano es mucho mayor que el del CO2, en unas 100 veces, sucede que el metano solo permanece en la atmósfera durante unas décadas, mientras que el CO2 se queda ahí durante siglos. El resultado: después de seis o siete décadas, el impacto de los dos gases es casi igual, y a partir de ahí el papel relativo del metano continúa reduciéndose.
Las mediciones estáticas, como la del Potencial de Calentamiento Global, proporcionan una impresión falsa del impacto de los gases, y podría llevar a consecuencias climáticas no buscadas, si se usan como base para políticas y planificación, tal como argumenta Trancik. En vez de eso, ella y Edwards abogan por el uso de valores dinámicos en vez de fijos, de tal modo que se obtenga un factor de conversión que cambie con el tiempo de una forma predecible, y ya han desarrollado y presentado un sistema de valoración en esa línea.