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Lunes, 27 de Junio de 2011
Salud

De problemas digestivos en la infancia, a la depresión en la edad adulta

Algunos problemas digestivos en la infancia son capaces de inducir alteraciones cerebrales que aumentan la propensión a la depresión en la adultez. Así lo indican los resultados de un nuevo estudio.

Lo descubierto sugiere que algunos trastornos psicológicos en las personas pueden ser el resultado, y no la causa, de alteraciones gastrointestinales como el síndrome del intestino irritable.

Se ha investigado mucho para tratar de discernir de qué maneras exactas puede la mente influir en el cuerpo. Un caso clásico de esta influencia es el de ese prolongado estado de nerviosismo que acaba provocando dolor de estómago al sujeto agobiado.

Pero este nuevo estudio, llevado a cabo por el equipo de Pankaj Pasricha y Liansheng Liu, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, sugiere que puede haber vías de influencia en sentido contrario, más allá del obvio malestar anímico que cualquier malestar físico prolongado nos provoca.

La irritación gástrica durante los primeros días de vida puede acabar desajustando al cerebro de un modo que lo haga más propenso a la depresión.

Sin embargo, está claro que no todos los trastornos estomacales conducen a problemas psicológicos de por vida. Los autores del nuevo estudio creen que el impacto de la irritación puede depender del momento durante el desarrollo en que se produzca o de la composición genética de la persona afectada. En particular, los órganos internos son especialmente vulnerables en las primeras etapas del desarrollo.

Alrededor de un 15 a un 20 por ciento de las personas experimentan dolor persistente o periódico en la parte superior del abdomen. Estas personas también son más propensas que las demás a sentirse preocupadas o deprimidas, ante cosas que van más allá del mero malestar provocado por el dolor. Por regla general, se consideraba que las hormonas del estrés asociadas al estado de ánimo alterado del paciente eran responsables de sus trastornos digestivos.

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Sin embargo, hay otra opción, tal como argumenta Pasricha. El intestino y el cerebro están conectados por el nervio vago, el cual se extiende desde el cerebro hasta los órganos internos del cuerpo. Además, el intestino tiene su propio sistema nervioso que es relativamente independiente. Así que la comunicación entre el intestino y el cerebro adultos es compleja y bidireccional, y los cambios en el intestino son indicados directamente al cerebro.

No es casualidad, por tanto, que los problemas gastrointestinales de muchos de estos pacientes con ansiedad y depresión se remonten a sus primeros años de vida, antes de que aparecieran sus síntomas psicológicos.

En observaciones a ratas en el laboratorio, los investigadores constataron que las ratas que comenzaron a menor edad a sufrir irritación gástrica fueron significativamente más propensas que las demás a mostrar posteriormente depresión y ansiedad.

Bloquear con un fármaco la capacidad de los animales para percibir las sensaciones molestas generadas por su intestino no afectaba su comportamiento, lo cual indica que la conducta angustiada y deprimida de las ratas no era simplemente su reacción al dolor.

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