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Cuando hablamos de cifrado y criptografía del siglo XX, normalmente pensamos en máquinas como la Enigma alemana o la Púrpura japonesa, así como en técnicas fotográficas de micropunto o en los sofisticados aparatos de las películas de James Bond, pero es evidente que antes de la llegada de los sistemas miniaturizados digitales, tales artefactos nunca fueron fáciles de transportar ni de esconder, lo cual imposibilitaba su uso por operadores que tuviesen que moverse con rapidez o por agentes de campo que deseasen pasar desapercibidos.
Por este motivo, durante todo este tiempo se continuaron utilizando métodos mucho más sencillos que sólo necesitaban de un lápiz y un papel para ocultar el significado de un mensaje y recuperar su contenido.
La llamada cifra ADFGX fue un buen ejemplo de ello y apareció en plena Primera Guerra Mundial, en concreto, en las trasmisiones radiotelegráficas entre el alto estado mayor alemán y sus cuerpos de ejército a principios de marzo de 1918.
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