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Lunes, 11 de Abril de 2016
Astrofísica

Las últimas supernovas del vecindario

En la más profundo del océano Pacífico, en una capa de la corteza situada a 4.000 metros de profundidad, se ha detectado hierro-60 (60Fe), un isótopo radiactivo del hierro que no se produce de forma natural en la Tierra. Proviene de fuentes estelares como las supernovas cercanas, que al explotar lanzan una fina lluvia de material sobre nuestro planeta. En el caso del 60Fe  su largo periodo de desintegración de 2,6 millones de años ha facilitado su permanencia.

 

Ahora científicos alemanes han cotejado los registros de este isótopo en la corteza oceánica con los datos del satélite astrométrico Hipparcos de la Agencia Espacial Europea (ESA), que en los años 90 midió las posiciones y velocidades de miles de estrellas de nuestro entorno.

 

Después, mediante un modelo, los investigadores han analizado el transporte del 60Fe desde las supernovas, para analizar dónde y cuándo explotaron las más cercanas. El estudio se publica esta semana en Nature.

 

“Las dos supernovas más próximas, que contribuyen aproximadamente al 47% del hierro-60 medido, están a 91 y 96 pársecs de distancia (un parséc equivale a unos 3,26  años luz), y explotaron respectivamente hace 2,3 y 1,5 millones de años en lo que hoy son las constelaciones del Lobo y Libra”, explica a Sinc el autor principal, Dieter Breitschwerdt, astrofísico de la Universidad Técnica de Berlín (Alemania).

 

La que explotó más cerca tenía una masa unas 9,2 veces mayor que la del Sol, y la otra, 8,8 veces más que nuestra estrella. Además, el estudio proporciona una visión general de la formación de estrellas en nuestro ambiente estelar local, sobre todo de la denominada Burbuja Local, una cavidad de la Vía Láctea con baja densidad y unos 600 x 600 x 1200 años luz de extensión en la que también viaja nuestro sistema solar.

 

“El origen de la Burbuja Local ha sido un misterio desde su descubrimiento hace 40 años, pero ahora hemos encontrado el grupo estelar en el que estas supernovas explotaron, formando la 'burbuja' y produciendo al mismo tiempo el isótopo 60Fe detectado en el océano”, señala Breitschwerdt.

 

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El astrofísico adelanta que la misión GAIA, puesta en marcha por la ESA en 2013, cubrirá una porción de cielo mucho mayor que la del satélite Hipparcos y ofrecerá datos de mayor precisión, “lo que nos permitirá perfeccionar nuestros análisis e investigar la historia de la formación de supernovas y estrellas a grandes distancias, haciendo una especie de arqueología galáctica”.

 

En el mismo número de la revista Nature, otro equipo internacional de científicos ha encontrado más evidencias sobre explosiones masivas de supernovas cercanas a nuestro sistema solar, que ‘regaron’ la Tierra con la fina lluvia de desechos férricos radiactivos hace entre 3,2 y 1,7 millones de años. También han analizado el hierro-60 obtenido de sedimentos y muestras de corteza oceánica tanto del Pacífico, como del fondo del Atlántico y el Índico.

 

"Nos sorprendió encontrar restos claramente repartidos a lo largo de 1,5 millones de años", dice el líder de esta investigación, Anton Wallner, de la Universidad Nacional de Australia (ANU), “lo que sugiere que hubo una serie de supernovas, una detrás de otra; y es una coincidencia interesante el hecho de que ocurrieran cuando la Tierra se enfrió durante el paso del Plioceno al Pleistoceno".

 

El equipo –integrado también por científicos de Austria, Japón y Alemania–, detectó además evidencias de hierro-60 procedente de una supernova más antigua, de hace alrededor de 8 millones de años, coincidiendo con los cambios globales que se produjeron en la fauna del final del Mioceno. Algunas teorías señalan que los rayos cósmicos de las supernovas podrían haber aumentado la nubosidad en nuestro planeta durante aquella época.

 

Los autores consideran que las analizadas en este trabajo estaban a menos de 300 años luz de distancia, lo suficientemente cerca como para ser visibles durante el día y con un brillo similar al de la luna. En cualquier caso, a pesar de que la Tierra experimentara un mayor bombardeo de rayos cósmicos, la radiación habría sido demasiado débil como para causar un daño biológico directo o desencadenar extinciones en masa. (Fuente: SINC)

 

 

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