Biología
Evolución e inmortalidad, una combinación difícil
Envejecer es algo que nos sucede a todas las personas, pero la cuestión es, ¿necesariamente debe ser así?
Como descubrió Charles Darwin, la selección natural produce los individuos más aptos para un entorno dado, los cuales sobreviven lo suficiente para engendrar hijos y pasarles sus genes. Cuanto más provechoso es un rasgo a la hora de promover el éxito reproductivo, más fuerte será la selección respecto a ese rasgo. En teoría, esto debería producir individuos con rasgos que eviten el envejecimiento, dado que sus genes podrían ser transmitidos casi de forma continua. Así pues, a pesar de que es obvio que sucede lo contrario, desde el punto de vista de la evolución el envejecimiento jamás debería haberse convertido en el fenómeno común que es. Esta contradicción evolutiva ha sido tema de debates y teorías desde el siglo XIX. Hubo que esperar a 1953 para que George C. Williams ofreciera una hipótesis con la explicación racional sobre cómo el envejecimiento puede ser un rasgo universal en una población a través de la evolución. Williams propuso que la selección natural enriquece los genes que promueven el éxito reproductivo pero que en consecuencia ignora sus efectos negativos sobre la longevidad.
En esencia, si una mutación genética resulta en más descendientes pero acorta la vida, eso es adecuado. Esto es así porque pueden existir, para compensar, más descendientes llevando los genes de los progenitores en un corto periodo de tiempo. En consecuencia, con el paso del tiempo, estas mutaciones a favor de la aptitud física pero también del envejecimiento son seleccionadas de manera activa y el proceso de envejecimiento queda grabado en nuestro ADN. Si bien esta teoría ha sido probada matemáticamente y se han demostrado sus implicaciones en el mundo real, han faltado evidencias reales sobre genes comportándose de ese modo.
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Evitar el envejecimiento o por lo menos retrasarlo y de este modo vivir más es un anhelo muy humano, y por eso la extraordinaria longevidad de algunos animales despierta en nosotros la envidia. Tortugas como esta pueden llegar a superar los 200 años de edad. (Foto: Childzy en en.wikipedia)
Dichas evidencias parece que han llegado ahora. Unos investigadores han identificado que los genes pertenecientes a un proceso llamado autofagia (uno de los procesos de supervivencia más críticos de las células) promueven la salud y la aptitud física en gusanos jóvenes pero más adelante intervienen de manera crítica en el proceso de envejecimiento.
Esta investigación, llevada a cabo por el equipo de Holger Richly y Jonathan Byrne, del Instituto de Biología Molecular (IMB) en la ciudad alemana de Maguncia, proporciona algunas de las primeras evidencias claras sobre cómo el proceso del envejecimiento surge como una peculiaridad de la evolución. Lo hallado podría tener asimismo repercusiones más amplias, para el tratamiento de trastornos neurodegenerativos como el Mal de Alzheimer, el de Parkinson y la enfermedad de Huntington, donde está implicada la autofagia. Los investigadores han demostrado que si se promueve la longevidad mediante la táctica de desconectar la autofagia en gusanos viejos, se produce una fuerte mejora en la salud neuronal y posteriormente en la de todo el cuerpo.



