Ingeniería
Las ciudades serán las principales zonas de guerra
Éste es el sombrío pronóstico que hace el profesor Steve Graham, de la Universidad de Newcastle, en el Reino Unido.
"Los atentados terroristas de los últimos tiempos nos han mostrado que los ataques bélicos se desencadenan cada vez más en sitios como edificios de viviendas o de oficinas y túneles de metro, que en junglas o desiertos", argumenta Graham.
Evitar que las zonas urbanas sean un blanco predilecto de ataques de esa clase implica incrementar la vigilancia urbana hasta extremos que la población de muchas naciones sólo conoció durante guerras entre su país y otros.
Y esto es algo que también preocupa a Graham, sobre todo en conexión con los avances en la robótica militar y policial. Uno de los ejemplos que mejor pueden ilustrar la nueva clase de vigilancia urbana que se está forjando en las ciudades más importantes de las potencias del mundo es el de las sofisticadas medidas de seguridad planeadas para las Olimpiadas de 2012 en Londres, y que no hace muchos años eran exclusivas de la ciencia-ficción.
Mientras el público tenga sus ojos posados en los atletas, robots aéreos semiautónomos los tendrán posados sobre la gente. Estos robots, a los que en algunos aspectos se les puede describir como primos de los que llevan a cabo misiones militares de reconocimiento o incluso de ataque, ya han sido probados en Merseyside para vigilar desde el aire a la muchedumbre congregada en los partidos de fútbol.
Paralelamente, otras importantes iniciativas europeas de investigación avanzan hacia el objetivo de usar en las tareas cotidianas de vigilancia urbana policial, no sólo en casos especiales como unas olimpiadas, los robots aéreos de esta clase. A estas máquinas se las conoce también como UAVs o drones, y son, básicamente, aviones de tamaño discreto y sin tripulación, que reciben órdenes desde un centro de control de misión pero que poseen una cierta capacidad de autonomía.
Al profesor Graham le preocupa también la creciente desconexión emocional y física entre el soldado y sus actos. Si en vez de estar en el campo de batalla, el sujeto actúa a distancia, desde la seguridad y confort de una base alejada del campo de batalla, sus emociones no serán ni por asomo tan intensas como si tuviera que afrontar sobre su propia persona las consecuencias de sus actos. Eso puede hacerle más eficaz, ya que es más fácil mantener la sangre fría sabiendo que se es invulnerable. Pero también puede hacerle más insensible. A Graham le inquieta esa ambigua línea divisoria entre un videojuego y un sistema de control remoto que gobierna a una máquina capaz de matar: "Las personas que desde bases en las afueras de Las Vegas controlan drones para matar a supuestos insurgentes en Afganistán o Irak, están usando dispositivos de control inspirados en los videojuegos". De este modo, argumenta Graham, el entretenimiento popular de temática bélica se entrelaza en una frontera inquietantemente borrosa con armas bélicas auténticas.