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Redacción
Martes, 06 de Noviembre de 2018
Ecología

Almejas y berberechos, centinelas del estado ambiental de las costas de Nicaragua

El grupo de investigación Biología Celular en Toxicología Ambiental (CBET) de la Estación Marina de Plentzia y el Departamento de Zoología y Biología Celular Animal de la UPV/EHU (España) cuenta con una amplia experiencia en la detección de las alteraciones que se dan en la salud de los ecosistemas, mediante la medición de variables químicas y otra serie de parámetros en las células y tejidos de mejillones, bivalvos y peces. “Esas variables son como nuestra temperatura o pulso; el hecho de que cambien de alguna forma indica que algo está pasando”, explica Ionan Marigómez, director de la Estación Marina de Plentzia y catedrático de biología celular del grupo CBET.

 

En colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, el grupo de investigación de la UPV/EHU abordó el estudio de los bivalvos que podían ser buenos indicadores del estado ambiental de los manglares nicaragüenses, tanto del Caribe como del Pacífico. Al pensar en el estado ambiental de las zonas tropicales, “existe mucha conciencia con el deterioro de los arrecifes de coral, y no está tan extendido fijarse en el estado de salud de los manglares. Pero los manglares protegen a los arrecifes, regulan la sedimentación y nutrientes que llegan desde tierra, y son el lugar de cría de muchas especies del arrecife”, aclara Marigómez.

 

En el caso concreto de Nicaragua, “la contaminación no es muy grande, pero existen varios factores de riesgo: los manglares reciben, entre otros, los pesticidas de todos los cultivos, o el mercurio que se vierte en las minas de oro. Además, no hay tratamiento de aguas”, continúa.

 

Una de las mejores candidatas para la monitorización de los ecosistemas de los manglares es la ostra Crassostrea rhizophorae. Sin embargo, Marigómez explica que “solamente se encuentra en los manglares de la costa caribeña, no en los del Pacífico; por tanto, queríamos encontrar especies sustitutas para la labor de centinela. Y para los manglares del lado del Caribe, además, vimos necesario buscar alguna otra especie adicional. Cada especie tiene una sensibilidad diferente ante los contaminantes, por lo que es conveniente realizar la biomonitorización con más de una especie simultáneamente”.

 

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(Foto: UPV/EHU)

 

Para la investigación eligieron tres especies de bivalvos: para la costa atlántica, una especie de almeja, llamada Polymesoda arctata, como complementaria de la ostra que ya conocían, y para la costa Pacífica, dos especies de berberecho: Anadara tuberculosa y Larkinia grandis. En cada especie identificaron los parámetros de salud adecuados, como el nivel de contaminantes acumulados en sus tejidos, las variables biométricas con las que caracterizar el crecimiento y el estado de salud, los niveles de lesiones histopatológicas y de parásitos que presentan, y las anomalías en la reproducción, a través de los cuales poder deducir el estado de salud de los ecosistemas de los manglares en los que viven estos animales.

 

A pesar de contar con una larga experiencia en este tipo de tareas, Marigómez remarca que en Nicaragua no pudieron utilizar las técnicas y métodos habituales: “Aquel es otro mundo, y tienen unas normas muy rígida; por ejemplo, para llegar a los lugares de muestreo debíamos utilizar avionetas o lanchas motoras. Además, el uso de nitrógeno líquido y nieve carbónica está expresamente prohibido, y nuestra metodología de trabajo está basada principalmente en criotécnicas; debemos transportar las muestras congeladas obligatoriamente. Entonces, desde el punto de vista logístico, nos ha supuesto un gran reto el adaptar nuestra metodología de trabajo a esa realidad”.

 

“El trabajo realizado ha sido un bonito punto de partida, y nos ha motivado para poner en marcha otra investigación más adelante. El berberecho gigante L. grandis, que en Centroamérica conocen como casco de burro nos ha parecido muy adecuado para realizar la monitorización. Tiene una vida larga, por lo que reflejaría correctamente la evolución del lugar donde vive, y, además, tiene una distribución biogeográfica muy interesante: desde Baja California hasta el Ecuador. Sería bonito llevarla a cabo si consiguiéramos financiación a largo plazo, y crear una red para hacer el seguimiento en toda la región biogeográfica”.

 

El fin último de la monitorización es poder gestionar y proteger el medio ambiente. “En Europa el bienestar y uso de los ecosistemas se rige mediante dos directivas, la del agua y la de la estrategia marina, y en ambas se pide realizar la monitorización de los ecosistemas, para conocer en todo momento en qué estado se encuentran. En otras regiones del mundo, entre las que se encuentra Latinoamérica, sin embargo, la legislación de protección del medio ambiente no está tan desarrollada. Pero nuestro grupo, como creador y miembro de la Sociedad Iberoamericana de Contaminación y Toxicología Ambientales, mantiene relación con diferentes centros de investigación y universidades latinoamericanas, y nuestro propósito es ir superando los problemas técnicos existentes, para conseguir que la monitorización sea algo global”.

 

La UPV/EHU y la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua han podido realizar esta investigación gracias a una subvención de la agencia AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo). El grupo de investigación perteneciente a la UPV/EHU es miembro del Centro de Investigación en Biología y Biotecnología Marinas Experimentales, llamado Estación Marina de Plentzia; concretamente, forma parte del grupo de Biología Celular en Toxicología Ambiental (CBET) del Departamento de Zoología y Biología Celular Animal y del grupo IBEA del Departamento de Química Analítica de la Facultad de Ciencia y Tecnología. (Fuente: UPV/EH)

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