Química
La invención de la baquelita
Sin duda, estamos en la era de los plásticos. Su utilidad se halla fuera de toda duda pero también generan grandes preocupaciones por su capacidad contaminante, sobre todo en el mar. En todo caso, esta gran industria tuvo un origen y un inventor; para conocerlos deberemos remontarnos a principios del siglo XX, cuando se patentó la baquelita, el gran trabajo del químico Leo Baekeland.
De origen belga, Baekeland otorgó su nombre a un material duro y resistente que estuvo muy presente en las vidas de nuestros padres y abuelos, quienes sin duda recordarán de qué estaban hechas las carcasas de teléfonos, radios y otros aparatos eléctricos. Baekeland nació en Gante el 14 de noviembre de 1863. Su origen humilde no le impidió estudiar química en la universidad de dicha ciudad, donde llegó a doctorarse.
Su valía científica fue rápidamente detectada y cuando, tras casarse en 1889, se fue a Estados Unidos, fue contratado por una empresa de productos fotográficos. En efecto, dos años antes ya había inventado una técnica que le permitía revelar placas fotográficas con agua, un procedimiento mucho más sencillo que las sustancias químicas empleadas hasta ese momento. Su intento de rentabilizar su invención mediante su propio negocio no tuvo éxito. El papel fotográfico que inventó, llamado Velox, era una buena idea, pero el ámbito empresarial era difícil y tuvo que vender la patente a Kodak por 215.000 dólares. Ese dinero le serviría para comprarse una casa e instalar un laboratorio con el que proseguir sus investigaciones químicas.
La patente de la baquelita
Una de sus nuevas ideas acabó siendo revolucionaria. Su objetivo inicial era producir una goma laca sintética, sustancia que hasta entonces se conseguía de manera natural. Para ello trabajó con sustancias como el fenol y el formaldehído, en busca de imitar determinados polímeros naturales. Pero el resultado de la manipulación de estas sustancias, bajo un estricto control de la temperatura y la presión en la reacción, fue un material completamente nuevo, una especie de plástico moldeable que bautizó como baquelita. La patentó en 1909 y en esencia se considera que este material dio inicio a la era de los plásticos.
La baquelita era un buen aislante y aunque se calentara mantenía su forma, de modo que se podía incorporar como elemento estructural a muchos aparatos. Fue utilizado de inmediato en las industrias telefónica y radiofónica, lo cual acabó por hacer rico a Baekeland, en ausencia de materiales mejores para esta función.
Transcurrida la Segunda Guerra Mundial, la baquelita acumulaba un catálogo de 15.000 productos y se producían 175.000 toneladas en el mundo. Baekeland creó la empresa General Bakelite Company, donde también investigó otros materiales, con mucho menor éxito.
Leo Baekeland. (Foto: Wikimedia Commons)
Al hacerse mayor, el inventor se convirtió en excéntrico y difícil de tratar. Prefiriendo la soledad, se alejó incluso de su familia. En 1939 vendió su compañía a Union Carbide. Sin interés por seguir trabajando se dedicó en cuerpo y alma a sus obsesiones, que incluían la creación de un enorme jardín tropical. Otra de sus manías consistía en comer solo alimentos enlatados.
Murió en 1944, debido a una hemorragia cerebral, tras unos últimos años en completa soledad. Fue enterrado en Sleepy Hollow.
Su principal invento, la baquelita, sigue siendo recordada, aunque ya no se usa tanto, superada por otros materiales sintéticos aún más interesantes. El invento accidental de Baekeland, que superó de largo las funciones de la goma laca sintética que pretendía lograr, acabó obteniendo un mucho mejor resultado económico y dio pie a una revolución en el mundo industrial que reverbera hasta nuestros días.
La baquelita resultó ser un material barato, no inflamable y que podía tener muchas aplicaciones. Además, dio el pistoletazo de salida a la aparición de otros plásticos sintéticos, como el plexiglás, el polietileno y el celofán. En una época en que se está abandonando el uso de los hidrocarburos para la fabricación de plásticos más innovadores, incorporando otras sustancias, como las fibras de carbono y los nanotubos, aún resta tiempo para recordar la particular vida de Leo Baekeland, el auténtico “padre de la industria de los plásticos”. (Fuente: NCYT Amazings)