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Redacción
Lunes, 02 de Marzo de 2020
Astronáutica

El largo camino de las primeras mujeres astronauta

En el amanecer de la astronáutica, cuando las naves espaciales eran rudimentarias y a duras penas podían mantener la integridad física de pasajeros humanos, la medicina espacial tuvo que investigar los límites de las capacidades humanas para determinar qué rasgos debían tener los candidatos a viajar al espacio. Y un equipo estadounidense llegó a una conclusión que, por aquel entonces, contradecía muchos dogmas: la mujer estaba mejor capacitada para viajar al espacio que el hombre.

 

En 2018 se cumplieron 55 años del primer vuelo espacial de una mujer, el de la rusa Valentina Tereshkova, y 40 de la selección por la NASA (la agencia espacial estadounidense) de sus primeras candidatas oficiales a astronauta. Hoy ya no resulta llamativa la presencia de mujeres en el espacio y tampoco hay argumentos válidos contra su capacitación como astronautas. Sin embargo, en los inicios de la era espacial los prejuicios sobre las mujeres impidieron que se aprovechase el gran potencial que ellas podían ofrecer.

 

El reto fisiológico del vuelo espacial tuvo que afrontarse partiendo de lo que podía deducirse de los envíos de cápsulas con animales al espacio y de la experiencia existente en vuelos de aeronautas a gran altitud. Uno de los científicos pioneros en el aspecto fisiológico del vuelo espacial fue el Dr. William Randolph (“Randy”) Lovelace II, mayormente conocido por ser coinventor de la primera mascarilla de oxígeno práctica para aviadores, pero que hizo muchas otras aportaciones científicas a la medicina aeroespacial y fue presidente de un comité de la recién creada NASA. A finales de los años 50, en colaboración con Donald Flickinger, general de brigada en la Fuerza Aérea Estadounidense y miembro del citado comité, examinó el reto fisiológico de viajar al espacio a bordo de las primeras astronaves que por parte estadounidense se estaban preparando para transportar humanos. La conclusión a la que llegaron fue que los astronautas más idóneos, desde un punto de vista fisiológico, eran las mujeres. Ellas podían realizar a bordo las mismas tareas que los hombres pero imponiendo a la limitada capacidad de carga de las naves (sobre todo las estadounidenses) menos corpulencia y peso que los impuestos por los hombres, así como consumiendo menos oxígeno que ellos, dos aspectos decisivos en aquellos primeros viajes espaciales.

 

Además, se tenía en cuenta la menor tasa de ataques al corazón en las mujeres, la aparente mayor resistencia de su aparato reproductor a la radiación espacial y datos preliminares indicando que ellas podían soportar mejor que los hombres el aislamiento propio de un viaje espacial y la permanencia en espacios muy apretados como los del interior de esas primeras naves. Ateniéndose solo a la ciencia, los primeros seres humanos en ascender al firmamento debían ser mujeres.

 

Esta idea halló una fuerte oposición, lo cual se tradujo en una falta de apoyo económico gubernamental directo que amenazaba con impedir dar nuevos pasos en dicha línea de investigación. Una fundación privada, establecida por Lovelace, asumió buena parte de la financiación. Esa fundación se dedicaba a investigaciones en medicina aeroespacial, a menudo encargadas y pagadas por el gobierno estadounidense. Como parte de estos encargos, Lovelace y otros expertos de la fundación ayudaron a determinar los criterios con los cuales se seleccionó a los primeros astronautas estadounidenses. La iniciativa para demostrar con pruebas de aptitud la idoneidad de las mujeres como astronautas recibió apoyo económico de Jacqueline (“Jackie”) Cochran y su marido. Esta aviadora pionera estadounidense batió diversos récords de vuelo en los años 30, creó durante la Segunda Guerra Mundial un servicio de aviadoras para vuelos domésticos que permitía liberar de esa tarea a hombres con el fin de que pudieran ejercer de pilotos de combate y fue en 1953 la primera mujer en volar a velocidad supersónica.

 

Aviadoras capacitadas como astronautas

 

De las aspirantes a astronauta que se presentaron a las pruebas de aptitud física, el 68 por ciento de ellas las superó. Esas pruebas eran iguales a las que se aplicaban a los aspirantes masculinos a viajar en las naves Mercury (las primeras tripuladas de Estados Unidos) y en algunos casos incluso más rigurosas. En cambio, de dichos aspirantes masculinos, solo el 56 por ciento logró superar las pruebas.

 

Las trece mujeres capaces de ser astronautas fueron Geraldyn ("Jerrie") Cobb, Rhea Allison Woltman, Sarah Lee Gorelick Ratley, Jan Dietrich, Marion Dietrich, Gene Nora Jessen, Jean Hixson, Wally Funk, Bernice ("Bea") Steadman, Janey Hart, Geraldine ("Jerri") Sloan Truhill, Irene Leverton y Myrtle Cagle. Todas ellas eran aviadoras destacadas, y a menudo muy precoces en el inicio de su actividad. De hecho, muchas incluso tenían más horas de vuelo que sus rivales masculinos del programa Mercury; por ejemplo Jerrie Cobb contaba con casi el doble de horas de vuelo que John Glenn, que era quien más tenía de entre todos sus compañeros del programa Mercury. Ella, además, estaba entre quienes habían alcanzado las mejores calificaciones de aptitud como astronauta, una elite integrada por solo el 2 por ciento de todas las personas (hombres y mujeres) que se habían sometido a las pruebas.

 

En fortaleza psicológica, este grupo de mujeres también demostró una valía insospechada. Basándose en las pruebas realizadas hasta entonces con hombres, se creía que el tiempo máximo que un ser humano puede permanecer dentro de un tanque de aislamiento sensorial total antes de comenzar a sufrir alucinaciones era de 6 horas. Sin embargo, tres de ellas (incluyendo Cobb) alcanzaron unas 10 horas antes de que el equipo científico pusiera fin al experimento.

 

Por desgracia, la brillante valía de estas que podrían haber sido mujeres astronauta no se aprovechó y ninguna de ellas vio cumplido su sueño de viajar al espacio.

 

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Jerrie Cobb durante una prueba de pilotaje de nave espacial en un simulador instalado en un centro de investigación de la NASA. (Foto: NASA)

 

La lenta normalización de la presencia femenina en el espacio

 

Por parte rusa, sí se dio a la mujer una oportunidad no muy tardía de ejercer de cosmonauta, y así en 1963, después de que 11 hombres de una y otra superpotencia hubieran viajado al espacio en sendos vuelos, Valentina Tereshkova se convirtió en la primera mujer en vivir esa experiencia, una iniciativa organizada con objetivos principalmente propagandísticos. En su vuelo, realizado en solitario, pasó más tiempo fuera de la Tierra que el sumado por todos los astronautas estadounidenses que habían volado antes que ella. Lamentablemente, transcurrieron 19 años antes de que se permitiera viajar al espacio a otra mujer. Esta fue Svetlana Savitskaya, también soviética. Ella fue la primera mujer en salir al exterior de una nave y flotar en el vacío cósmico.

 

Por parte estadounidense, la NASA seleccionó en 1978 a sus seis primeras candidatas oficiales a astronauta. La primera de ellas en volar al espacio fue Sally K. Ride, convirtiéndose en la tercera mujer del planeta en lograrlo.

 

A partir de entonces, la presencia femenina en el espacio comenzó a ser habitual y las primicias no dejaron de sucederse. En octubre de 1984, la misión del transbordador espacial Challenger constituyó el primer vuelo espacial con dos mujeres a bordo. Eileen Collins fue en 1995 la primera mujer en pilotar un transbordador espacial y tiempo después la primera en ejercer de comandante de uno de ellos. Shannon Lucid completó en 1996 la permanencia en el espacio más larga hasta entonces de cualquier astronauta estadounidense, hombre o mujer. Con su logro inició una tradición de importantes récords sucesivos de permanencias femeninas en el espacio a cargo de diversas astronautas, como por ejemplo la italiana Samantha Cristoforetti, quien en 2015 completó la permanencia en el espacio más larga de cualquier astronauta italiano, hombre o mujer. Peggy Whitson fue en 2008 la primera mujer en ejercer de comandante de la Estación Espacial Internacional. Además, en septiembre de 2017 había acumulado, entre todas sus misiones, un total de 665 días en el espacio, más que cualquier otro astronauta estadounidense. (Fuente: NCYT Amazings/Jorge Munnshe)

 

 

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