Astrobiología
El fin de la Tierra: contaminación biológica extraterrestre
Una serie de astrónomos notables, como Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe, han propuesto que el espacio exterior contiene microorganismos vivos, ya sea en cuerpos sólidos como asteroides y cometas, o en suspensión.
Esto no sería nada extraño, pues cada día que pasa existen mejores evidencias de la resistencia de la vida y de su capacidad de expansión por todos aquellos ecosistemas viables. Si bien se sigue estudiando el problema del origen de la vida en nuestro planeta, tratándolo de explicar desde el punto de vista bioquímico y local, existen pistas que sugieren que parte de los ingredientes para su creación pudieron venir del exterior del planeta. Sustancias indispensables para la vida, como materia orgánica, agua, etc., pueden ser localizadas en el Universo con cierta facilidad. Ello hizo que pudiera surgir de forma relativamente sencilla en cuanto las condiciones fueron las apropiadas, por ejemplo en zonas alrededor de estrellas donde las temperaturas fueran compatibles con el agua líquida. Si esto es así, existiría también la posibilidad de que las formas más primitivas de la vida, los microorganismos, pudieran viajar de un lado a otro y colonizar aquellos mundos sobre los que su medio de transporte, cometas o asteroides, cayera. En otras palabras, la vida primitiva terrestre pudo venir del exterior de la Tierra (incluso de Marte), o formarse aquí mismo a partir de ingredientes no vivos también llegados de fuera.
No es una propuesta ilógica puesto que la edad del Universo es obviamente superior a la del Sistema Solar. La vida habría tenido más tiempo para evolucionar en el espacio y surgir del medio inanimado. De hecho, la vida podría haberse instalado en la Tierra, ser extinguida y volver a ser sembrada en varias ocasiones en el pasado. Otra teoría dice que la complejidad de la vida se dobla cada 376 millones de años. Si esto es así, para alcanzar el actual nivel de complejidad, la vida tendría que haber surgido hace 9.700 millones de años, quizá hasta 10.000 millones de años, más del doble de la edad del Sol. Por tanto, su origen estaría necesariamente muy lejos de la Tierra.
La hipótesis de la panspermia
De un modo u otro, la teoría de la panspermia, aquella que asegura que la vida es abundante en el universo, y que puede colonizar otros mundos distintos a los de su origen gracias a esos cuerpos menores que se mueven de un lado a otro, es interesante porque no solo se aplica al origen de la vida en la Tierra sino también al mismo presente, ya que ahora mismo podría estar llegando material biológico del exterior.
Se ha utilizado este modelo para especular sobre el comportamiento de algunos virus, como el de la gripe, los cuales tendrían un origen extraterrestre, de tal manera que la Tierra, al avanzar a través del espacio, encontraría periódicamente nuevas cepas que nos afectarían. Esta sería una de la razones por las que cada año son algo distintas (en el espacio, a merced de la radiación solar, podrían mutar más rápidamente). La aparición súbita de nuevos organismos, que parecen haber salido de la nada, y que causan muchos problemas a los médicos, es otro argumento en favor de la teoría. Los científicos han tomado muestras de aire de la atmósfera a gran altitud (hasta 41 Km) y en ocasiones han encontrado grupos de células microbianas siendo transportadas, lo que da pistas sobre su resistencia incluso en lugares donde no se esperaría encontrarlas.
Aceptando esta hipotética situación, sería posible que algún día la Tierra interceptase algo bastante más peligroso que la gripe, algo cuya letalidad pueda ocasionar la muerte de una especie como la nuestra, dejando quizá intactas a otras mucho menos evolucionadas, para las que llegará su oportunidad.
Pero ¿es realmente viable este escenario? Para saberlo, basta con estudiar la vida microbiana en la Tierra y su capacidad de adaptación. En concreto, los organismos llamados extremófilos, abundantes en nuestro planeta, pueden soportar dosis de radiación, extremos de temperatura, grados de sequedad o falta de agua, etc., iguales o superiores a los que existen en el vacío del espacio. O sea, desde el punto de vista biológico, aquí mismo existen criaturas que no lo pasarían demasiado mal en el espacio. Cuando los astronautas del Apolo-12 se posaron en la Luna en 1969, lo hicieron junto a la sonda Surveyor-3, a la cual se acercaron. De ella desmontaron varias piezas que habían permanecido en el ambiente lunar durante varios años, y las trajeron a la Tierra para comprobar cómo habían resistido. Sorprendentemente, los científicos encontraron en ellas microbios Streptococcus mitis que podrían haber despegado con la Surveyor, contaminando su superficie, y que viviendo en un estado latente sobre la superficie lunar, pudieron ser revividos a su regreso a nuestro planeta. Una clara muestra de la resistencia de ciertos microorganismos.
Ante este escenario, no es imposible imaginar seres de este tipo, extremófilos que surgieron en un lugar determinado, y que debido a impactos posteriores entre su mundo original y otros cuerpos, acabaron moviéndose alrededor de su estrella durante millones de años, aletargados, hasta que al caer sobre un planeta habitable, pudieron revivir y evolucionar.
El análisis de algunos meteoritos marcianos que proceden de una vieja colisión que los lanzó al espacio, y que han acabado cayendo sobre la Tierra, ha permitido descubrir estructuras microscópicas que algunos científicos asignan a primitiva actividad biológica. Esto está lejos de ser confirmado, pero a nadie extrañaría que en Marte se hubiese desarrollado la vida como en la Tierra, incluso antes que en nuestro planeta, ya que durante una fase de su historia, fue un mundo húmedo, con agua líquida sobre la superficie y temperaturas aptas para la vida. Esto no es así ahora, pero sus antiguos habitantes microbianos podrían estar aún viviendo en el subsuelo, o haber sido los antepasados de otros que llegaron a la Tierra y colaboraron en la aparición de la vida terrestre.
La llegada de material biológico extraterrestre puede contemplarse como un fenómeno local (sistema solar) o interestelar (entre estrellas). Esa clase de vida, pues, puede parecerse a la nuestra, en sus bases bioquímicas, o ser muy distinta, en función de la materia prima existente en otros sistemas planetarios. Si efectivamente pudiese ocurrir una transferencia de material biológico entre estos últimos, las consecuencias podrían ser dramáticas. No estamos hablando de escalas de tiempo humanas, naturalmente, porque se necesita mucho para cruzar de un sistema estelar a otro, pero la hipotética resistencia de los microorganismos capaces de permanecer aletargados durante millones de años y revivir cuando las condiciones son mucho mejores, da una cierta verosimilitud a la teoría. La propia Humanidad ha lanzado sondas interplanetarias, como las Voyager y algunas Pioneer, que han abandonado el sistema solar. Si llevan a bordo microorganismos contaminantes, podrían alcanzar otros mundos dentro de muchísimo tiempo, ayudando a distribuir la biología terrestre muy lejos de aquí, y ocasionando así, quizá, un desastre.
El mismo desastre que sucedería si material biológico agresivo y extraterrestre llegara a la Tierra y tuviera un comportamiento letal para los seres vivos en nuestro planeta. Si los microorganismos terrestres han sido capaces de traer una considerable mortandad entre los seres humanos, en ciertos momentos de la historia, algo semejante o peor podría ocurrir en un futuro protagonizado por microbios ajenos a nuestro planeta. En el caso de que no fuésemos capaces de defendernos ante esa amenaza, efectivamente, la Humanidad podría verse extinguida, y alcanzaríamos nuestro particular fin del mundo, uno que por otro lado podría no afectar a otras criaturas terrestres mejor preparadas para combatir.
Los co-autores del estudio son (desde la derecha) Tae-Yeon Eom, y Seung Baek Han, del laboratorio de Zakharenko en el Departamento de Neurobiología del Desarrollo de St. Jude. (Foto: Wikimedia Commons/Silver Spoon Sokpop/CC BY-SA 3.0)
Llegada voluntaria
En cuanto al problema del transporte en la panspermia, se acepta que no es necesaria la presencia de vehículos como cometas o asteroides para la propagación del material biológico. Los microbios podrían permanecer “flotando” en el espacio y ser movidos de un lado a otro gracias a la presión de la radiación solar, debido a la ínfima masa de tales criaturas. Dicha presión es muy pequeña, pero si los organismos son lo bastante diminutos (como las esporas), sería capaz de empujarlos, suponiendo que fueran suficientemente resistentes, lejos de un reducto protector, para soportar la letal radiación solar.
Los científicos también se muestran precavidos en cuanto a los posibles accidentes de contaminación biológica. La mayoría de las sondas que deben viajar a la Luna y los planetas son esterilizadas para asegurar que microbios terrestres no alcancen de forma involuntaria esos destinos. Ello sería malo para la propia ciencia, que tendría problemas para distinguir entre una forma de vida local y otra con origen terrestre, sobre todo si ha evolucionado rápidamente en su nuevo hogar. Y claro está, podría ser malo para la vida local, como suele ocurrir cuando un agente externo tiene el potencial de multiplicarse y desplazarte de tu ecosistema.
Pero a corto plazo, la mayor preocupación se centra en la no contaminación de la propia Tierra con material biológico extraterrestre traído de forma voluntaria o involuntaria por nuestras sondas de recogida de muestras. Todos recordaremos que las rocas lunares traídas por los astronautas del Apolo, y ellos mismos, pasaban un tiempo en cuarentena para asegurar que no transportaban microorganismos desconocidos. Ahora sabemos que la Luna es un cuerpo básicamente estéril. Pero los ingenieros saben que antes o después iremos a Marte en persona, o traeremos rocas de su superficie mediante medios automáticos. Cuando eso suceda, y a pesar de que las pruebas de laboratorio realizadas en la superficie marciana por robots como el Curiosity o las Viking no sugieren que exista vida ahora mismo en ella, tendremos que asegurarnos de que no se produzca una contaminación con organismos del Planeta Rojo. Si estos existieran, además de una auténtica sensación, pues podrían ser un gran avance científico en el ámbito de la biología, también podrían constituir un gran peligro para la biosfera terrestre. En general, siempre es peligroso introducir un agente externo en una biosfera que se ha desarrollado en un marco y condiciones concretas. Sin el debido cuidado, un organismo extraterrestre podría hacer daño rápidamente, en particular si careciéramos del suficiente conocimiento sobre su comportamiento y biología como para ser capaces de combatirlo y eliminarlo en caso necesario. Algunos laboratorios de armas bacteriológicas tienen sistemas muy efectivos para mantener controlados organismos peligrosísimos para la Humanidad, pero estos son bien conocidos, lo cual no puede decirse para un visitante ajeno a nuestro planeta.
No precisamente a corto plazo, una hipotética llegada de visitantes extraterrestres inteligentes podría suponer asimismo un gran compromiso para nuestras dotes diplomáticas. A la inversa de lo ocurrido en la ficticia Guerra de los Mundos, de Wells, donde los modestos microorganismos terrestres acabaron con la invasión marciana, una especie extraterrestre podría llevar consigo otros no menos letales para nosotros, de una manera no muy distinta a como los conquistadores y exploradores europeos llevaron a América enfermedades microbianas que ya no eran un gran problema para los habitantes del Nuevo Mundo, ocasionándoles una gran mortandad. ¿Cuarentena para un visitante extraterrestre? Probablemente alguien capaz de llegar hasta aquí ya será muy consciente de los peligros (en los dos sentidos) de la comunicación entre especies. Un escenario fecundo para las ideas de ciencia-ficción, pero muy real si acabase sucediendo. (Fuente: NCYT Amazings)