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Redacción
Jueves, 28 de Mayo de 2020
Salud

El cierre de las escuelas y las vacaciones de verano aumentan el riesgo de que los niños ganen demasiado peso

Muchos niños (y también adultos) han visto alterada su dieta debido al confinamiento, lo que, sumado a la falta de deporte, les ha hecho ganar peso. La Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) estima un aumento medio del 5 % en el peso de niños y adolescentes, cifra que se traduce en un kilo de media. Pero la cifra más alarmante es que España se halla entre los países europeos con más niños con sobrepeso y obesidad, tanto en la etapa preadolescente (5-10 años), como en la etapa adolescente (14-17 años), según la Federación Mundial de la Obesidad.

 

Esta enfermedad, tan relacionada con la alimentación, es un problema de salud pública que puede afectar a la salud de los niños con patologías respiratorias o cardíacas, alteraciones ortopédicas y de la marcha, afectaciones psicológicas... También puede afectar a su nivel educativo y a su calidad de vida. Además, tienen muchas probabilidades de seguir sufriendo sobrepeso u obesidad en la edad adulta y corren el riesgo de padecer enfermedades crónicas.

 

Según Laura Esquius, nutricionista y profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC (Catalunya, España), la alimentación es uno de los principales determinantes de la salud: «una ingesta adecuada contribuye a un crecimiento y un desarrollo óptimos». También es una pieza clave «por el papel y la implicación de los nutrientes y los alimentos en la prevención de enfermedades carenciales y en el desarrollo de trastornos crónicos». Y alerta del «elevado consumo de sodio, grasas y azúcares, seguido de la baja ingesta de cereales integrales, frutas, frutos secos y hortalizas» de hoy en día.

 

Por su parte, Elena Roura, directora científica de la Fundación Alícia, explica que «la evidencia científica pone de manifiesto la importancia de la cocina y su influencia directa sobre la salud y la adquisición de unos buenos hábitos alimentarios». Y añade que «la promoción de una alimentación sana y sostenible que perdure en el tiempo es la base de la salud». De hecho, apunta «que las personas con habilidades en la cocina hacen elecciones más saludables, principalmente en cuanto a su consumo de fruta y verdura».

 

Para Esquius, una alimentación saludable es la que se basa en un «consumo mayoritario de alimentos de origen vegetal (frutas, hortalizas, legumbres, pan, arroz y pasta integrales, patatas, frutos secos, aceite de oliva virgen), que se acompañe de pequeñas porciones de pescado, carnes blancas, huevos y lácteos, y agua como bebida principal».

 

Esta responsabilidad recae principalmente en casa, pero la escuela desempeña un papel clave. «La transmisión entre generaciones había sido la forma natural de aprender a comer bien, pero esta transmisión se ha perdido, y cada vez se cocina menos en casa», dice Roura. Asimismo, la experta apunta que también es importante educar para poder convivir con el gran número de mensajes e información que llega cada día, que no siempre se basa en la evidencia científica y que puede desencadenar comportamientos de riesgo. En este contexto, la escuela se convierte en un lugar idóneo para aprender a comer mejor. «Tener maestros y profesores formados en este sentido puede ayudar a implementar iniciativas de promoción de buenos hábitos alimentarios en el aula de forma más efectiva», añade la directora científica de la Fundación Alícia.

 

Según Esquius, «el comedor escolar es un espacio idóneo para desarrollar tareas de educación alimentaria en coordinación con la familia», un espacio que debe garantizar «una ingesta segura en cuanto a la higiene y adecuada desde el punto de vista nutricional y sensorial».

 

Para Esquius, una alimentación saludable tiene que aportar la energía y los nutrientes necesarios, debe ser equilibrada en cuanto a las proporciones recomendadas, ha de ser variada en alimentos saludables, tiene que estar libre de contaminantes biológicos y químicos que puedan dañar el organismo y debe adecuarse a las características sociales y culturales de cada individuo y cada grupo, y al entorno y a las necesidades individuales de cada etapa y circunstancia de la vida. La experta concluye que una alimentación saludable también debe ser «agradable y satisfactoria sensorialmente», al tiempo que debe velar por la «sostenibilidad ambiental».

 

La profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC también recomienda a las familias que vayan introduciendo poco a poco nuevos sabores en el paladar de los más pequeños, que tengan una actitud positiva ante la comida y que les transmitan estas habilidades para hacerlos críticos. Roura añade que «a comer se aprende comiendo y, por lo tanto, es básico ir acostumbrando el paladar a diferentes sabores y texturas». (Fuente: UOC)

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