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Aunque la electricidad estática y sus efectos ya aparecen reflejados en escritos de la Grecia Clásica, donde se dieron cuenta que al frotar con un paño un trozo de ámbar era capaz de atraer objetos ligeros, como pelos o plumas, las máquinas capaces de generar este extraño fluido de forma apreciable nacieron a finales del siglo XVII, y durante más de cien años fueron las únicas fuentes de electricidad artificial que dispusieron los físicos para realizar sus experiencias.
Sin embargo el hecho que tales máquinas produjeran altos voltajes pero muy poca corriente eléctrica limitó su utilidad a algunas repetitivas demostraciones de gabinete o a servir de espectáculo en reuniones cortesanas, erizando el pelo de señoritas o haciendo saltar delgadas chispas azules entre los dedos de una cadena de personas subidas a taburetes de madera.
La mayoría de estas máquinas basaban su funcionamiento en el fenómeno de la triboelectricidad, palabra derivada del griego "tribein" (frotar) y "electron" (ámbar), que se refiere de forma generalista a la electricidad producida por frotamiento entre materiales de distinta naturaleza.
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