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Redacción
Miércoles, 24 de Enero de 2024
Astronáutica

Pantalones de acero para el astronauta

Calificados como nave espacial en miniatura, los trajes espaciales permitirían a los primeros astronautas abandonar la seguridad de sus vehículos y adentrarse brevemente en el vacío cósmico alrededor de la Tierra. Mucho más endebles que sus astronaves, era obvio que los trajes espaciales no podían proteger de igual manera a sus usuarios, y que estos quedarían mucho más expuestos a peligros como el impacto de un micrometeorito o la propia radiación espacial. A pesar de todo, desde muy temprano en la historia de la astronáutica se consideró imprescindible demostrar que un humano podía salir al exterior de su vehículo y realizar determinadas operaciones. Muy pronto necesitarían dicha habilidad para efectuar reparaciones en lugares accesibles solo en ese escenario o para pasearse por la Luna, el objetivo principal del programa tripulado durante la década de 1960.

 

El soviético Leónov fue el primero en efectuar una salida extravehicular, advertidas las autoridades de su país de que los americanos pretendían hacer algo semejante durante los primeros vuelos de su programa Gemini. Le siguió muy poco después Ed White, el astronauta de la NASA que se convirtió en el primer estadounidense en efectuar un paseo espacial fuera de su nave. Ambos hombres experimentaron de primera mano muy diversos inconvenientes, debido al carácter primitivo de sus trajes, y Leónov estuvo a punto de verse incapaz de regresar a su cosmonave Vostok.

 

Aunque Ed White viajó mucho mejor preparado para afrontar los retos de la salida extravehicular, pronto resultaron evidentes las dificultades de movilidad que experimentó el astronauta. A pesar de que utilizó una especie de pistola que lanzaba chorros de gas, el control de sus movimientos resultó ser muy difícil. Conectado solo por un delgado cordón umbilical, White dio numerosos tumbos, encontrando sumamente complicado orientarse en el espacio. Por fortuna, y pensando en el futuro, los ingenieros de la NASA ya estaban trabajando en un sistema mucho más avanzado que su pistola a reacción: una especie de mochila autopropulsada.

 

La llamada AMU (Unidad de Maniobra del Astronauta, según sus siglas en inglés), fue desarrollada con celeridad y programada para ser probada por Eugene Cernan durante la misión Gemini-9, en junio de 1966. Para permitir el control de la orientación, el sistema estaba dotado de una serie de pequeños motores cohete, que estabilizarían y orientarían el conjunto. Por desgracia, los gases que emitirían dichos cohetes estarían muy calientes, de modo que hubo que resolver un problema adicional: si estos gases llegaban a tocar el traje del astronauta, podrían agujerearlo.

 

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La solución a la que llegaron los especialistas fue directa: para evitar que los gases calientes dañaran el traje, el excursionista espacial tendría que vestir una especie de pantalones adicionales de hilo de acero tejido, que actuarían como una malla protectora suplementaria y que se colocarían por encima del traje extravehicular.

 

A la sazón, Cernan no pudo llegar a probar la AMU, ya que el cansancio que experimentó durante su desplazamiento hacia la zona trasera del vehículo, donde se encontraba almacenada la AMU, le hizo traspirar tanto que su visor se empañó totalmente, impidiéndole ver nada. El experimento tuvo que ser pues dejado de lado y quedó definitivamente aplazado. En cuanto a los pantalones de acero, la solución acabó siendo también abandonada, ya que los meses que transcurrieron hasta el siguiente intento dieron paso a un avance tecnológico: las futuras unidades de maniobra operarían ahora con motores de gas de nitrógeno frío. Sin duda, los astronautas agradecieron mucho este cambio.

 

Una vez en la Tierra, Cernan vació prácticamente un litro de sudor procedente del interior de sus botas. Quedaba muy claro que había que hacer algo para impedir tanta fatiga; la solución a la que llegaron los expertos consistiría en entrenar todos los aspectos de las salidas extravehiculares en la superficie terrestre, simulando de algún modo la falta de gravedad. Gracias a sus sugerencias, desde esa misión, y hasta la actualidad, los astronautas usan grandes piscinas para ensayar sus movimientos en las excursiones fuera de sus naves espaciales.

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