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Redacción
Viernes, 01 de Marzo de 2024
Astronáutica

El astronauta descontrolado

En los inicios de la astronáutica tripulada, parecía que los astronautas debían ser obligatoriamente individuos muy especiales. Eran hombres capaces de enfrentarse al peligro sin pestañear, tenían una alta capacidad de autocontrol, nervios de acero y experiencia en situaciones extremas a bordo de vehículos que se movían a velocidades veriginosas, a los cuales debían controlar a través de innumerables sistemas y mandos.

 

Considerados prácticamente héroes, parecían hechos de una pasta exclusiva.

 

En parte debido a ello, sus actividades llamaron muy pronto la atención de los medios de comunicación, que fomentaron su imagen como una forma de dar a conocer los valores de la propia nación. Este tratamiento, naturalmente, difería en base a si el astronauta era soviético o americano, pero no era infrecuente que todos ellos fueran tratados como divas o personajes famosos y de gran relevancia. En EE.UU., además, los astronautas del proyecto Mercury vendieron los derechos exclusivos de sus vidas profesionales y privadas a la revista Life, y era habitual verlos desplazarse de un lado a otro a bordo de sus nuevos y despampanantes coches descapotables.

 

Esta súbita exposición a la fama incomodó a algunos astronautas, mientras que otros disfrutaron con ello. La personalidad de cada uno, y la importancia de lo que se esperaba de ellos, los situaron en ocasiones en situaciones estrambóticas que darían que hablar.

 

Algunos de estos viajeros del espacio, de hecho, llegaron a poner nerviosos a los miembros del personal que les atendería e incluso a la dirección del programa. Esta última, ciertamente conservadora, no veía con muy buenos ojos algunos comportamientos, que consideraban inapropiados, si bien se toleraban de forma habitual, en vista de la dificultad de las misiones y de la presión que deberían afrontar.

 

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(Foto: NASA)

 

Si había un astronauta particular en la nómina de la NASA, ese era sin duda Leroy Gordon Cooper. Nacido en 1927, era el más joven del grupo. En una ocasión, cuando faltaban apenas dos días para su lanzamiento a bordo de la misión Mercury MA-9, prevista para mayo de 1963, se paseó con su caza supersónico F-102 sobre la zona de lanzamiento de Cabo Cañaveral, levantando ampollas entre los técnicos de tierra. Cuando uno de los directores del programa le vio pasar en un vuelo rasante, se abalanzó sobre el teléfono y pidió a Deke Slayton, el astronauta responsable del grupo, que lo mantuviera bajo control. Pero ¿cómo hacerlo? El airado dirigente propuso intentar asustarlo.

 

Cuando Slayton habló finalmente con Gordon Cooper, le insinuó que los mandamases estaban descontentos con él y que iban a dejarlo en tierra. Para evitar ser sustituido por Shepard, el alocado viajero espacial prometió tranquilizarse.

 

Y lo hizo, sin duda, aunque quizá de forma un tanto extrema, puesto que «Gordo», como le llamaban sus compañeros, acabó durmiéndose en su nave durante los minutos previos al despegue. Y por si no hubiera tenido suficiente, se convirtió en el primero que echó un cabezadita en el espacio. Gastó tan poco combustible, energía y aire en su vehículo que le preguntaron si había estado aguantando la respiración. Todo un ejemplo de autocorrección.

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