Astronáutica
La inspiración de Houbolt
La aventura de enviar a un ser humano al espacio se convirtió muy pronto en un objetivo prioritario de las dos superpotencias de la época, la URSS y los EE.UU., tras el advenimiento de los primeros satélites artificiales. De hecho, con el lanzamiento en 1957 de la perrita Laika, la Unión Soviética ya dejaba entrever que pensaba llevar a cabo lo antes posible una empresa semejante. Así pues, los planes para llevar a cabo algo así se iniciaron rápidamente, fructificando a principios de la siguiente década.
Sin embargo, una meta de esta naturaleza no se improvisa. Son necesarios años de trabajos de investigación y diseño para poner en pie un proyecto tan complicado. La NASA, creada en 1958, heredó dicho proyecto del Departamento de Defensa de su país, de modo que ya estaba en marcha cuando la agencia entró en funcionamiento. De hecho, los planes tripulados de la NASA, apoyándose en estos trabajos anteriores, empezaron a mirar incluso más lejos. Reconociendo las limitaciones de las pequeñas cápsulas Mercury, sus ingenieros comenzaron pronto a diseñar una nueva nave a la que denominarían Apolo, la cual no solo podría aumentar el número de tripulantes a bordo, sino que además podría ser enviada a la Luna.
El principal problema, no obstante, era su cohete. Los americanos no disponían aún de ningún vector tan potente como para enviar un vehículo con ocupantes hacia la Luna, y los cálculos indicaban que dicho cohete debería ser enorme. Intentando determinar la magnitud del sistema, se establecieron varias alternativas al respecto. Una de ellas consideraba el uso de un cohete gigante llamado Nova, capaz de volar directamente hacia nuestro satélite y situar a un vehículo sobre él, el cual después podría despegar para volver a casa. Otra propuesta contemplaba una misión compuesta por dos cohetes más pequeños, con sendas astronaves que podrían unirse en órbita terrestre para volar después juntas a su destino. Elegir qué método sería el más conveniente se convertiría en una de las más importantes decisiones a las que se enfrentaría la NASA en esta época, y una que marcaría el nivel de inversiones necesarias para el programa lunar.
Pero a principios de 1960, algunos ingenieros de la agencia empezaron a trabajar en otras propuestas aún más arriesgadas. Uno de ellos, William Michael, presentó unos primeros cálculos en mayo, en los que planteaba la posibilidad de situar primero a una astronave alrededor de la Luna, y hacer después descender desde ella a otra más especializada. Dejando mucha masa en órbita, la nave de aterrizaje podría ser más pequeña y menos pesada.
A pesar de esta ingeniosa proposición, nadie en la NASA le hizo demasiado caso. Hasta que John Houbolt, otro ingeniero, en noviembre, volvió a ello, efectuando ahora sus propios cálculos en la superficie de un simple sobre de carta. Lo que vio en ellos le dejó con la boca abierta: si se usaba el método de Michael, el peso del cohete se vería disminuido a la mitad, con el ahorro de costes que ello supondría.
La solución era tan espectacular que parecía demasiado hermosa para ser cierta. Por eso, nadie le creyó, ni sus compañeros en el Space Task Group ni personalidades como Wernher von Braun, encargado del diseño del cohete gigante, que había apostado desde el principio por disponer del vehículo más grande posible.
Estupefacto, Houbolt se pasó el año siguiente explicando a todo el que quisiera oírle las bondades del nuevo método, al que llamó Encuentro en Órbita Lunar (LOR, por sus siglas en inglés). Poco a poco, fue convenciendo a más gente, pero se dio cuenta de que si quería llevar su idea lo más lejos posible, hasta el segmento directivo, debería saltarse a sus superiores inmediatos. Y así lo hizo, ganándose algunas antipatías, presentó sus números directamente a la dirección del programa.
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Logrado esto, von Braun, ante la evidencia de los cálculos, fue el primero en dar su brazo a torcer. Si el cohete era más pequeño, costaría menos y podría ser desarrollado en un tiempo inferior. Cambiando pues de parecer, respaldó con su prestigio la propuesta de Houbolt. Aunque la solución parecía compleja y más arriesgada, esta recibió por fin el apoyo de la NASA y fue adoptada definitivamente. En ese instante, y aunque nadie lo sabía aún, la NASA había tomado la única decisión que le permitiría cumplir con el mandato de Kennedy de situar a un hombre sobre la Luna antes del final de la década. Ninguno de los demás métodos hubiera permitido a EE.UU. vencer en la carrera tripulada a la Luna.
Sin duda, el logro, personificado en la apoteósica misión Apolo-11, debe mucho a la perseverancia de este tozudo ingeniero, Houbolt, quien hizo valer a toda costa su visión, demostrando que el éxito futuro reside a menudo en decisiones bien tomadas antes que en grandes planes que acaban siendo irrealizables. Poco después, el cohete Nova era abandonado y en su lugar se desarrolló el Saturn-V, con el que sería posible enviar la nave Apolo hacia nuestro satélite. La NASA encargó también la construcción del posteriormente famoso Módulo Lunar, el vehículo que descendería y alunizaría con su carga humana antes de 1970. El método LOR, por tanto, se hacía realidad con todos sus ingredientes. (Fuente: NCYT Amazings)