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Redacción
Miércoles, 17 de Abril de 2024
Astronáutica

La factura eléctrica de Perth

Los objetivos de las primeras misiones tripuladas serían sencillos pero esenciales para futuros vuelos. En un principio, se desconocía casi todo sobre el comportamiento del cuerpo humano en el espacio, y había dudas sobre si el astronauta podría llevar a cabo en ingravidez la más sencilla de las funciones biológicas. Tampoco estaba claro si podría comer con normalidad, aunque los experimentos con primates así parecían sugerirlo. Algunos expertos ponían incluso en duda la psicología del viajero espacial. Durante el vuelo de Yuri Gagarin, por ejemplo, su nave se movió básicamente de forma automática, y sus mandos manuales permanecieron bloqueados para evitar que su tripulante, en una ataque de locura, provocara una catástrofe. Un código oculto dentro de un sobre situado a bordo permitiría desbloquear los citados controles solo en caso de necesidad.

 

Muy pronto resultó evidente que un astronauta entrenado podría vivir sin demasiados problemas en el interior de su cabina, pero actuar simplemente como un mero pasajero sería algo que no justificaría el alto coste de su presencia a bordo, más allá del prestigio aportado durante las primeras misiones tripuladas. Así pues, durante el primer vuelo orbital de un astronauta estadounidense, iniciado el 20 de febrero de 1962, se reservaría algún tiempo para que este último, el futuro senador John Glenn, efectuara algunas actividades prácticas que permitieran averiguar si un ser humano podía desenvolverse perfectamente en el espacio y aportar conocimiento con su presencia a bordo.

 

Como los demás astronautas del primer grupo de astronautas americanos, John Glenn era piloto militar, en este caso aviador del cuerpo de Marines, y su actuación en esta fase temprana del programa tripulado debía contribuir a averiguar si un hombre en el espacio podría ser útil para determinadas tareas de índole militar. Por ejemplo, una de las tareas que se encargaría a John Glenn sería la observación de objetivos en la superficie, los cuales debería reconocer y fotografiar. Ello tendría aplicaciones científicas, pero sobre todo militares, ya que posibilitaría identificar instalaciones enemigas y reaccionar inmediatamente ante ello. Un sistema automático, como un satélite espía, en cambio, se limitaría a fotografiar la superficie y enviar su botín a tierra, imágenes que después aún deberían analizarse. Un astronauta, por su parte, podría localizar con medios ópticos ciertos elementos y estructuras importantes en el suelo del rival, como aeropuertos militares, radares, etc., y prestar mayor atención a unos u otros en función de su entrenamiento previo.

 

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(Foto: NASA)

 

El experimento que realizaría Glenn, impulsado por la NASA, sería más modesto, y consistiría en reconocer puntos geográficos concretos sobre la superficie terrestre. Para facilitar esta parte del plan de vuelo, y dado que su nave Mercury sobrevolaría Australia, el alcalde de la población de Bunbury ofreció mantener encendidas sus luces nocturnas,  permitiendo su identificación por parte del astronauta. Incluso presupuestó 20 dólares adicionales para hacer frente al gasto eléctrico suplementario.

 

Otros alcaldes, como el de Perth, opinaron que tal iniciativa sería un desperdicio de los bienes públicos, y que de poco serviría. Finalmente, sin embargo, Perth participaría también en el experimento. La NASA pidió que las luces de su aeropuerto se mantuvieran encendidas toda la noche, y el Gobierno aprobó 400 dólares para que también lo estuvieran las luces callejeras. Dicho y hecho, cuando Glenn pasó sobre la zona, dicha iluminación le permitió definir mejor su posición sobre la Tierra, a pesar de que se hallaba en la zona nocturna del planeta.

 

A la sazón, debido a su destacada participación en el experimento espacial, las luces de Perth se hicieron famosas en todo el mundo, algo que tuvo que reconocer incluso su anteriormente reticente alcalde. Más aún, cuando 36 años después, en 1998, Glenn regresó al espacio a bordo del transbordador espacial Discovery (STS-95), el astronauta vivió un emotivo momento cuando, durante un sobrevuelo de Australia, y como ya pasara durante su viaje en la nave Mercury, los ciudadanos de Perth y Rockingham saludaron al astronauta con sus luces.

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