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Redacción
Viernes, 26 de Abril de 2024
Astronáutica

La crisis de la vejiga del astronauta

Lanzar por primera vez a un astronauta al espacio, aunque sea en una ruta suborbital, no es poca cosa. Hay que estar muy seguro de que todos los sistemas funcionan bien antes de apretar el botón de disparo. Y ello, ineludiblemente, lleva tiempo. Mucho tiempo. Tanto, que si lo hubiera sabido, Alan Shepard hubiera sin duda imitado a Yuri Gagarin.

 

El que se convertiría en el primer estadounidense que volaría al espacio en una cápsula Mercury descubrió muy pronto que, a pesar de que su viaje debía durar solo 15 minutos, su misión iba a prolongarse mucho más, si bien en tierra en su mayor parte.

 

Shepard llegó a la base de su humeante cohete y ascendió hasta su nave el 5 de mayo de 1961, donde fue introducido y asegurado. Lo hizo con suficiente antelación para que la cuenta atrás pasara por todos los pasos intermedios, tratando de resolver cualquier problema de última hora. Pero estos se multiplicaron más de lo esperado, y el astronauta vio pasar el tiempo. Fue así como, mientras toda la nación estaba pendiente de él y de los ingenieros que preparaban su nave, el astronauta, a bordo de su vehículo desde muchas horas atrás, debido a los retrasos, sintió la imparable llamada de la naturaleza.

 

No era una sensación pasajera, su vejiga ya no aguantaba más y Shepard empezó a sentir un molesto dolor. Sabía perfectamente que nadie había pensado en dotar a su traje con los elementos necesarios para resolver un problema como este, dada la brevedad del viaje previsto, así que el astronauta se encontró ante una situación jamás contemplada en las múltiples simulaciones realizadas hasta entonces. Incapaz de conocer cuándo partiría hacia el espacio, Shepard no se lo pensó dos veces y se atrevió a pedir a través de su compañero Gordon Cooper, quien actuaba como comunicador de cápsula, que le dejaran ir al baño.

 

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(Foto: NASA)

 

Tan estrambótica debió sonar su solicitud que esta fue respondida con un rotundo ¡no! Ello necesitaría de un nuevo y largo proceso de salida y entrada en el vehículo, que no podían permitirse. De hecho, el propio proceso de vestirse otra vez con el traje espacial llevaría horas.

 

Sospechando que no despegaría antes de que transcurriesen otras dos horas, Shepard, visiblemente enfadado, ofreció una alternativa: se aliviaría dentro del propio traje. La propuesta despertó otra aterrorizada respuesta desde el centro de control: si lo hacía, el líquido crearía un cortocircuito en los sensores médicos que cubrían su cuerpo, y estos dejarían de funcionar.

 

¡Ajá! Shepard vio entonces la solución: si eso temían, tendrían que cortar antes la corriente de los sensores. Después de varios e inacabables minutos de debate, los técnicos accedieron finalmente a ello, y Shepard pudo descansar por fin. En pocos minutos, y gracias al circuito de oxígeno puro que recorría el interior de su traje, la orina se evaporó pronto y los sensores médicos pudieron volver a ser conectados. Poco después, el apurado astronauta volaba hacia el espacio y cumplía el sueño americano de enviar a uno de sus compatriotas hacia tan misterioso lugar.

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