Astronáutica
Ingenio tecnológico en la era Apolo
El reto nacional planteado por Kennedy a principios de 1961, enviar a un astronauta a la Luna y retornarlo a casa sano y salvo antes de que finalizase la década, resultó ser algo más que un desafío a la industria del país. Incluso recibiendo el dinero necesario para llevar a cabo tamaña empresa, la NASA y sus contratistas se verían obligados a avanzar enormemente en todos los campos de la ciencia y la tecnología, o de lo contrario la gesta resultaría imposible.
Hay que recordar que en esa época apenas existían ordenadores capaces de realizar cálculos complejos, y que la potencia de la que disponen actualmente nuestros teléfonos móviles no era ni remotamente soñada por los científicos de entonces. De hecho, sus ordenadores ocupaban salas enteras, lo que descartaba que uno de esos aparatos pudiera embarcarse a bordo de las naves espaciales que volarían a la Luna, por lo que buena parte de los automatismos instalados en ellas serían equipos pesados y lentos. A pesar de todo, el objetivo estaba trazado, y habría que aguzar el ingenio para alcanzarlo. El honor y el prestigio de un país estaban en juego.
Sería pues la capacidad inventiva de los ingenieros americanos, que deberían alcanzar soluciones tremendamente imaginativas, la que permitiría a la NASA adquirir la cotas tecnológicas necesarias para enviar a la nave Apolo hacia la Luna. Una indicación de dicha extraordinaria inventiva la tenemos en algunos ejemplos que muestran claramente que cuando la necesidad se une a la oportunidad, se pueden hacer milagros.
![[Img #72362]](https://noticiasdelaciencia.com/upload/images/05_2024/1319_apollo-11-69-hc-341.jpg)
(Foto: NASA)
La energía necesaria para impulsar a los grandes cohetes lunares procedería del uso de unos propergoles (combustible y comburente) que deberían mantenerse en estado líquido dentro de sus tanques. Para lograrlo, algunos de ellos se mantendrían a temperaturas muy bajas. Ese era el caso del hidrógeno o el oxígeno líquidos, que solo consiguen alcanzar ese estado a temperaturas de alrededor de -250 grados celsius y -180 grados Celsis, respectivamente. Si estas aumentan debido a una influencia externa, se evaporan, lo cual incrementa inmediatamente la presión interna de los tanques, amenzando con hacerlos estallar. El diseño de los depósitos, pues, en contacto directo con tales propergoles, se convirtió en un auténtico reto, ya que las estructuras debían aislarlos del exterior y al mismo tiempo no ser dañadas por el líquido criogénico. A la sazón, los expertos en ciencia de los materiales no solo lograron este objetivo, sino que además los tanques que diseñaron resultaron ser tan eficientes que, si colocáramos hielo de nuestro refrigerador casero dentro de uno de ellos, se necesitarían ocho años para que se fundiera por completo.
Otra muestra de ingenio tecnológico la tenemos en el ordenador del Módulo Lunar, que pesaba 31 kg y ocupaba un espacio similar al de una torre actual. Apenas tenía 38 Kb de memoria, pero a pesar de eso, los programas que llevaba permitieron al vehículo digerir la información necesaria de sus sensores (altímetro, motores, etc.) y lograr el alunizaje con éxito. De hecho, todo en el Módulo Lunar era funcional en la mayor medida posible. Intentando aprovechar el espacio disponible, los astronautas se mantendrían todo el tiempo de pie, pues carecía de asientos, lo cual ayudaría además a mantener controlado el peso general del vehículo. Por su parte, la nave era tan frágil que podía perforarse con un simple destornillador, y la pintura utilizada para ella fue elegida para que pesara lo menos posible. Pensado para operar exclusivamente en el vacío del espacio, el Módulo Lunar fue uno de los principales elementos que permitieron alcanzar el éxito.



