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Redacción
Lunes, 27 de Mayo de 2024
Historia de la Astronáutica

Por un programa lunar seguro

Después del gravísimo accidente que supuso la muerte de tres astronautas en tierra, durante los ensayos de la misión Apolo-1, la NASA trabajó a fondo con los contratistas para eliminar todas las anomalías técnicas y fallos de diseño que se identificaron tras la investigación. Nadie quería que perseguir una gesta mundial como el alunizaje tripulado acabara convirtiéndose en una auténtica tragedia nacional, de modo que se haría todo lo necesario por hacer esas naves espaciales todo lo seguras que fuera humanamente posible.

 

A pesar de todo, a diferencia de la URSS, América no había experimentado aún ningún accidente en el espacio que hubiera costado la vida de alguno de sus astronautas, como ocurriera con Vladímir Komarov durante el vuelo de la primera cosmonave Soyuz. Ciertamente, otros astronautas habían muerto con anterioridad, pero siempre durante vuelos de entrenamiento en aviones o por otros motivos, es decir, en tierra o en el aire, cerca de la superficie. La NASA no había sufrido «accidentes espaciales» propiamente dichos, o sea, en órbita, y el objetivo era que aquello no sucediera nunca, puesto que tal cosa podría llegar a suponer la cancelación del programa tripulado.

 

Ahora bien, el programa espacial actuaba en las fronteras de lo posible, de la ingeniería y la tecnología, de la ciencia de los materiales, e incluso de la resistencia humana a los elementos externos que actúan en uno de esos viajes. No podía descartarse que algo fallara en algún momento, algo imprevisto o quizá aleatorio, y que eso implicase la pérdida de la nave y de sus ocupantes.

 

Quizá por ello, cuando la misión Apolo-11 despegó el 16 de julio de 1969, mucha gente cruzó los dedos. Los ingenieros habían hecho sus deberes, pero en su fuero interno sabían que múltiples fallos técnicos podían permanecer ocultos y haber pasado desapercibidos durante las numerosas comprobaciones realizadas antes del vuelo. No en vano se había calculado un porcentaje de fiabilidad para todo el conjunto Apolo/Saturno de casi el 99,99%, muy alto pero no absoluto. Una cifra que pareció tranquilizar a muchas personas, sobre todo a los políticos que habían autorizado las inversiones necesarias para el desarrollo de tales máquinas, pero que no podía esconder aquello que solo la estadística podía revelar. Un porcentaje tan favorable era incluso mejor que el de los aviones de la época que no dejaban de volar constantemente sin sufrir ninún percance. Sin embargo, había que tener en cuenta que el sistema Apolo/Saturno constaba de un total de 5,6 millones de piezas, tantas que, aplicando el citado poder de la estadística, podían ser el origen de un total de 5.600 fallos a lo largo de cada vuelo. ¿Podría una misión llegar a ser realmente exitosa con tal cantidad de fallos posibles?

 

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(Foto: NASA)

 

Como relatan los libros, el vuelo del Apolo-11 cambiaría la historia de la astronáutica y de la humanidad. Por primera vez, seres humanos se pasearon por la superficie de nuestro satélite, y tras lograr tal gesta, consiguieron volver, sanos y salvos, a casa, haciendo bueno el ya legendario mandato de Kennedy. Si algún fallo surgió durante ese viaje, no fue lo suficientemente importante como para poner en peligro ni al cohete ni a la tripulación dentro de su astronave. Relatos como el de que el cohete, acelerando bajo la enorme potencia de sus motores, se comprimió como un acordeón, para recuperar su forma normal cuando estos se apagaron, solo fueron meras anécdotas o pies de página ante el resultado de ese periplo. La NASA había cumplido la promesa que la agencia había realizado a Kennedy.

 

El día del alunizaje, sobre la tumba del presidente asesinado, apareció un anónimo manojo de flores con una nota: “Señor Presidente, el Águila ha aterrizado”.

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