Historia de la Astronáutica
Ocultando la gesta del Apolo 11
En cierta manera, la carrera lunar llegó a su fin el día que los astronautas del Apolo-11 se posaron sobre la Luna. Sin posibilidad de superar dicha gesta heroica, la URSS, el otro contendiente en la competición, abandonaría en poco tiempo su propio programa tripulado de alunizaje lunar (el llamado L-3), ya que para la concepción soviética de la época, no tenía ningún sentido llegar en segundo lunar a la Luna.
Cuando Kennedy espoleó a su nación para hacer lo posible por enviar a un americano a la superficie lunar antes del final de la década de 1960, y por supuesto devolverlo sano y salvo a la Tierra, la URSS apenas hacía unas semanas que había alcanzado el estruendoso éxito protagonizado por Yuri Gagarin, el primer cosmonauta de la historia. El Presidente americano estaba pidiendo a la nación, que apenas tenía unos minutos de experiencia espacial con astronautas –solo había volado Alan Shepard en un viaje suborbital de corta duración–, que dedicara todos los recursos necesarios para una empresa formidable y de resultado incierto. Tan incierto que los soviéticos decidieron no hacer demasiado caso al reto lanzado por sus rivales y prefirieron seguir adelante con su programa previsto. Pasarían varios años antes de que se dieran cuenta de que los americanos iban en serio, y que todos sus triunfos iniciales se quedarían en nada si la NASA lograba depositar hombres sobre la Luna en los plazos previstos, de modo que había que hacer algo.
A pesar de todo, la URSS no tenía claro que el alunizaje tripulado fuera a ser posible a medio plazo, así que iniciaron dos programas paralelos. Uno, el L-1, contemplaría una simple circunvalación alrededor de la Luna, y otro, el L-3, sí supondría depositar un modesto módulo de alunizaje tripulado. Siendo el primer método mucho más sencillo, hacia finales de 1968 la URSS creyó tener las herramientas a punto para llevarlo a la práctica. Varios vuelos sin tripulación, enmascarados bajo la etiqueta Zond, ensayaron todas las fases del vuelo. Sin embargo, diversas anomalías recomendaron retrasar la inclusión de cosmonautas a bordo. La NASA, advertida por la inteligencia de las intenciones soviéticas, decidió entonces adelantar el envío de astronautas a la Luna, y en diciembre de 1968 tres hombres rodeaban esta a bordo del Apolo-8. El programa L-1, pues, había sido sobrepasado y dejaba de tener sentido.
En cuanto al programa L-3, inmerso en numerosos retrasos, no parecía que pudiera cumplir su papel antes de las fechas previstas. De hecho, el cohete N-1 que se utilizaría para ello fracasó en 1969, y todo quedó ya en manos del Apolo-11.
Cuando esta misión despegó, el 16 de julio de 1969, el mundo dejó lo que estaba haciendo y se dispuso a contemplar lo que iba a ocurrir. Aunque eso no sucedió realmente en todo el mundo: incapaces de reconocer que sus propios programas lunares no conseguirían ya vencer en la carrera, los soviéticos decidieron negar haber participado en ella. Y temiendo que el país se sintiera demasiado decepcionado, optaron por censurar la misión americana. Mientras casi todo el mundo contemplaba extasiado las imágenes de Armstrong y Aldrin sobre la superficie lunar, en la URSS se emitía una película sobre la vida de un cantante polaco desaparecido mucho tiempo atrás, y en la radio se hablaba de deporte y poco más. China tampoco emitió el acontecimiento, ni otros países de la órbita comunista.
Mientras, en la superficie de nuestro satélite, los dos astronautas estadounidenses pasaban a formar parte de la más legendaria galería de personajes históricos. Curiosamente, sin embargo, solo Aldrin quedó adecuadamente plasmado en las fotografías obtenidas. Armstrong llevaba la única cámara fotográfica, y no pudo apuntarse hacia él mismo, de modo que, a excepción de unas pocas imágenes que más bien muestran el módulo lunar, y en las que aparece Armstrong de refilón y de espaldas, este no vio inmortalizada su presencia en la Luna, más allá de las imágenes de mala calidad de TV que se retransmitieron a la Tierra.