Historia de la Astronáutica
La palanca rota en la Luna
Los minutos finales del alunizaje de la misión Apolo-11 no estuvieron exentos de dramatismo. Durante los últimos metros, el ordenador de a bordo declaró varios errores, incapaz de asimilar toda la información de navegación recibida, y Armstrong tuvo que decidir si ignorarlos o abortar. Además, el Módulo Lunar pareció dirigirse hacia un cráter lleno de rocas peligrosas, así que el comandante tuvo que volver a ascender brevemente para intentar posarse en otro lugar más seguro, mientras la alarma de combustible bajo señalaba que el aterrizaje no podía posponerse más.
Pero todo aquello pasó y el módulo Eagle se posó finalmente, a salvo, en una región del Mar de la Tranquilidad. Una epopeya contemplada por millones de seres humanos, muchos de los cuales no habían dejado de rezar por la seguridad de los astronautas. Lo que sucedió después ya es historia. Armstrong pisó con sus botas el polvoriento suelo lunar, mientras declamaba su famosa frase: “Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso adelante para la humanidad”. Su compañero Aldrin le siguió poco después, tras una apresurada recogida mínima de muestras y la toma de diversas fotografías.
Con el visto bueno de la NASA, y autorizados por fin a permanecer en la superficie el tiempo programado originalmente, los dos astronautas llevaron a cabo todas las actividades previstas. Conscientes de hallarse en un paraje fantasmógorico y peligroso, tras unas tres horas de actividad extravehicular, ambos retornaron al interior de su vehículo, maravillados de que, finalmente, todo hubiera salido bien.
(Foto: NASA)
Cumplido el principal objetivo de su misión, solo quedaba regresar a casa. Para ello su nave tendría que responder adecuadamente y trasladarlos hacia la órbita lunar, donde Collins esperaba con la nave Apolo. De alguna manera, después de todo lo vivido, nadie esperaba que surgiera ningún problema importante en esta fase final de su viaje. Existía una confianza absoluta en la fiabilidad técnica del módulo lunar, y en su capacidad de llevar a cabo su trabajo sin dificultades, tal y como estaba programado.
Así pues, casi completada la que hasta entonces parecía la mayor gesta realizada por la humanidad, Armstrong y Aldrin se prepararon para despegar desde la superficie de nuestro satélite, el 21 de julio de 1969, hora de Houston. Para ello, los dos astronautas empezaron a repasar de forma concienzuda todos los pasos a realizar, claramente delimitados en el detallado plan de vuelo. Todos los indicadores debían marcar las cifras esperadas, todas las palancas e interruptores debían situarse en la posición adecuada. Y a esta tarea dedicaron toda su atención.
Sin embargo, durante esta fase de comprobaciones previa al despegue, los tripulantes descubrieron, perplejos, que una de las palancas del panel de mandos parecía rota por completo. Probablemente se rompió contra el voluminoso traje espacial de uno de los astronautas, debido al escaso espacio disponible. La ley de Murphy se hizo entonces patente: la función principal de la palanca era, nada menos, la de activar eléctricamente el motor de despegue, y sin capacidad de moverse, ello no podría llevarse a cabo.
Después de tantos días de viaje y de haber cumplido con todas las expectativas, una estúpida rotura de una palanca amenazaba ahora con dejarles atrapados para siempre en la Luna. Boquiabiertos por la situación a la que se enfrentaban, los astronautas explicaron al centro de control lo sucedido. De inmediato, los técnicos de la Tierra se lanzaron a averiguar cómo solucionar el problema. En primer lugar, rompieron una palanca idéntica en un sistema análogo, y después trataron de mover su mecanismo interior con los elementos disponibles a bordo del módulo lunar. Tras un tiempo de búsqueda infructuosa, uno de ellos comprobó que si se quitaba la bola de uno de los bolígrafos Fisher que se hallaban en el vehículo para tomar notas, se podía usar su punta hueca para introducirla en el agujero y así mover el interruptor. De inmediato, la «solución» fue transmitida a los astronautas.
Por fortuna, la improvisada reparación funcionó, y Armstrong y Aldrin pudieron despegar desde la Luna en el momento previsto y reunirse con su compañero Collins en órbita alrededor del satélite. ¡Habían sido salvados por un simple bolígrafo!