Astronáutica
Astronautas compinchados
El comportamiento de los astronautas en el espacio suele ser intachable. Son muy conscientes de que su estancia en el espacio implica un considerable coste para su país, y por ello se dedican en cuerpo y alma a las tareas que tienen entre manos, las cuales forman parte de una apretadísima agenda preparada de antemano. Quizá debido a ello, su labor puede llegar a verse en ocasiones como demasiado circunspecta, seria y formal. El tiempo es oro y a él responden su entera dedicación y entrega.
Pero, naturalmente, algunos astronautas no pueden dejar de trasladar al espacio su peculiar personalidad, incluso si esa es mucho más alegre de lo que podría esperarse en tan grave situación. La historia de los vuelos tripulados está repleta de pequeñas bromas, realizadas tanto por el personal de tierra hacia los astronautas como de estos hacia sus colegas en tierra, como una forma de relajar el a menudo tenso ambiente y hacer más agradable una misión tan peligrosa e importante.
Una de las más sonadas bromas que se recuerdan se realizó durante la misión Skylab-3, iniciada en julio de 1973, cuando sucedió algo que dejó a todos en tierra con la boca abierta. Era el día 43 de vuelo cuando, de pronto, con Bob Crippen actuando como comunicador de cápsula (el encargado de hablar con los astronautas en órbita) en el centro de control en Houston, se oyó una voz de mujer desde el espacio. Y no solo eso, se trataba de Helen, la mujer de Owen Garriott, uno de los astronautas a bordo de la estación espacial Skylab.
Sorprendido, Crippen pareció reconocerla, y le preguntó de inmediato dónde estaba. Helen le contestó que sabía que hacía días que los chicos no habían tomado nada cocinado, así que había ido a verles para llevarles algo más sabroso. Con los ojos como platos, Crippen oyó decir a la mujer que apenas unas órbitas antes había visto algunos incendios al pasar sobre California, lo que era rigurosamente cierto. ¡Parecía que efectivamente estaba en el espacio! Después, se despidió de forma apresurada, alegando que no debería estar hablando con él. Cuando la voz se extinguió, se oyeron unas sonoras carcajadas de la tripulación del Skylab: ¡la broma había hecho su efecto!
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(Foto: NASA)
Cuando se presentó el Director de Vuelo, inquiriendo sobre lo sucedido y cómo diablos podían haberlo hecho, Crippen dijo que no lo sabía. Y nadie se enteraría de nada más hasta pasados 25 años cuando, en una reunión de celebración con todos los Directores de Vuelo, los astronautas explicaron la sonada anécdota.
Naturalmente, Crippen estaba «en el ajo». Garriott lo organizó todo un par de meses antes del despegue. Escribió cuatro posibles guiones y su mujer grabó los diálogos en cinta magnética. Los detalles sobre un incendio en California, en realidad, no eran una novedad, ya que cada año se producían y podían verse desde el espacio. Así pues, como Garriott conocía los turnos de los comunicadores de cápsula, en cuanto uno de ellos coincidió con la presencia de Crippen, este recibió una disimulada señal de su colega en la Skylab, indicándole que tenía algo preparado para él en la siguiente órbita. Para entonces, Crippen ya había sacado su papel y sabía perfectamente lo que decir y cómo dejar pausas adecuadas para las respuestas grabadas de Helen.
Dado que Crippen no reconoció saber nada en ese momento, ni los astronautas se explicaron al volver a la Tierra, la anécdota permaneció como un sorprendente misterio durante un cuarto de siglo, hasta que fue desvelada finalmente.
A decir verdad, las bromas de los astronautas de la estación espacial Skylab eran habituales. Con muchos días por delante, su vida era más relajada que la de las misiones hacia la Luna y tenían tiempo para pensar ciertas travesuras. Por ejemplo, cuando los miembros de la Skylab-4 llegaron al complejo orbital, en noviembre, se encontraron con tres aparentes inquilinos: uno en la bicicleta estática, otro en el dispositivo de recuperación física que ejercía presión sobre la zona inferior del cuerpo y otro en el inodoro. Los tres vestían trajes espaciales y habían sido dejados en tales posiciones por Garriott y compañía, que ya habían regresado a la Tierra. Conociendo a la tripulación anterior, Houston colaboró en el esperpento preguntando a los recién llegados si habían encontrado suficiente comida para seis personas, aunque bien pensado, los extraños habitantes de la Skylab parecían estar muy silenciosos y tener el aspecto de no comer demasiado.



