Astronáutica
Inoportuna solicitud en el espacio
Si bien son los astronautas quienes viajan al espacio y llevan a cabo los experimentos que les han sido encomendados, es mucha la dependencia formal que tienen de los equipos en tierra. A pesar del entrenamiento prevuelo, no es infrecuente que algo no suceda tal como se esperaba en órbita, que un recipiente no quiera abrirse, que un instrumento falle o que los resultados no coincidan con lo programado. Es entonces cuando los astronautas solicitan ayuda a la Tierra y allí todo un ejército de especialistas se desvive por guiarlos y aconsejarlos. Al fin y al cabo, se trata de un trabajo en grupo y todos son necesarios para alcanzar el éxito.
Muy a menudo son los propios creadores de los experimentos quienes están a disposición de los astronautas, y que velan por que todo se lleve a cabo conforme a lo ideado previamente. De hecho, en muchos casos, sus carreras, sino años de dedicación y esfuerzo, dependen de los resultados que los astronautas vayan a obtener para ellos, así que cualquier apoyo será poco para colaborar en el complicado trabajo que se realiza en órbita.
En algunas ocasiones, sin embargo, la presencia de los diseñadores de los experimentos en el control de vuelo resulta ser un arma de doble filo. Tanto es su celo por que todo vaya bien que pueden llegar a perturbar la tranquilidad a bordo, aunque sea de forma involuntaria, creando pequeños conflictos inesperados con sus preguntas.
Y ahí es donde las cosas pueden complicarse. Los astronautas que trabajan en el espacio, más aún si lo llevan haciendo durante días, son especialmente susceptibles ante las demandas que se efectúan desde el segmento terrestre. Nadie como ellos para saber si una pregunta es oportuna o no en ese momento. Es por eso que a veces no se toman demasiado bien algunas observaciones o comentarios sobre cómo realizan su trabajo, que pueden llegar a considerar superfluos e innecesarios. En pos de mantener lo mejor posible las relaciones entre el equipo de tierra y los astronautas, estos últimos suelen no discutir públicamente con los científicos terrestres mientras se hallan en órbita, pero en ocasiones se sienten impelidos a «darles una lección».
(Foto: NASA)
Así ocurrió durante una de las misiones de Scott Kelly, astronauta estadounidense que posteriormente protagonizaría una larguísima e histórica estancia de un año a bordo de la estación espacial internacional. Kelly se encontraba en febrero de 2011 en el complejo orbital, durante la Expedición de Larga Duración 25/26, y tuvo la oportunidad de recibir la visita del transbordador Discovery, cargado de suministros. Su tripulación también efectuó varios paseos espaciales, durante uno de los cuales se llevó a cabo una tarea preparada por especialistas japoneses. Estos habían organizado un «experimento» pensado para llamar la atención del público.
Lo que tuvo que hacer el astronauta encargado, Al Andrew, fue muy sencillo. Equipado con una simple botella hermética, la abrió durante el citado paseo extravehicular, permitiendo que esta se vaciara de todo rastro de aire. Una vez cerrado de nuevo, el interior del frasco contendría simplemente el vacío. La botella sería posteriormente almacenada y preparada para el retorno a casa. Una vez en la Tierra, sería expuesta al público, como artículo curioso y que esperaban atrayera el interés de los jóvenes japoneses hacia la investigación espacial. En resumen, un experimento poco provechoso desde el punto de vista científico, pero que debía llevarse a cabo por el bien de la divulgación de la astronáutica en la Tierra.
Ya dentro del Discovery, los responsables de la botella interpelaron a Scott Kelly sobre el recipiente. Querían confirmar que el astronauta lo había asegurado conforme al procedimiento, para evitar que se abriera de forma involuntaria, lo cual arruinaría el experimento. Para ello su tapa debía sujetarse fuertemente con una cinta adhesiva especial. Pero Kelly tenía tanto trabajo en ese momento que consideró la solicitud como demasiado inoportuna. Tenía entre manos cosas mucho más importantes que una simple botella para una exposición infantil. No obstante, lejos de dejarle tranquilo, los japoneses continuaron insistiéndole, hasta que el estadounidense les aseguró que la botella estaba, efectivamente a bordo y a salvo, y que la había abierto para asegurarse de que no había nada en su interior.
El centro de control japonés perdió el habla en ese momento. ¡Si había sido abierto, el experimento «un mensaje en una botella» había quedado arruinado! Tras unos instantes de divertida maldad, Kelly les aseguró que todo había sido una broma. Naturalmente, no volvieron a interrogarle al respecto.