Historia de la Astronáutica
Travesura detrás de la Luna
Las tareas de los astronautas a bordo de las astronaves Apolo estaban muy bien delimitadas. Cada uno de ellos tenía una serie de responsabilidades, y aunque en caso de necesidad era posible encargarse de las operaciones del compañero, generalmente cada tripulante se ocupaba únicamente de su área para mantener la eficacia y reducir al mínimo los posibles errores. Durante el adiestramiento todos recibían una educación de carácter general, pero cada astronauta se especializaba en determinados sistemas, tantos eran estos y tan compleja su operación. Así, el piloto del Módulo Lunar no manejaría realmente el vehículo, función que recaería sobre el comandante, sino que se limitaría a asistir a su compañero y a leerle en voz alta determinados parámetros, como velocidades y altitudes, evitándole desviar la vista de sus propios controles.
Dado que el piloto de un Módulo Lunar podría tener que actuar como comandante en una misión posterior, o intervenir en caso de indisposición de su compañero a bordo, su habilidad de vuelo no era en ningún caso inferior a la de este último. No obstante, una vez iniciada la misión, no se trataba de echar a suertes quién llevaría la nave hasta la superficie lunar. Cada cual sabía lo que debía hacer, y cómo actuar si era necesario.
Esta era al menos la versión oficial. Lo que podía llegar a pasar realmente, sin embargo...
Una vez completada su misión en la superficie lunar, los astronautas del Apolo-12, Alan Bean y Charles Conrad, despegaron el 20 de noviembre de 1969, listos para encontrarse con su compañero Richard Gordon en órbita alrededor del satélite. Este último les esperaría impaciente, preparando su nave para su llegada y posterior regreso a la Tierra.
El ascenso propulsado del módulo lunar Intrepid se inició como estaba previsto, y debía durar unos minutos. La nave respondió como se esperaba bajo las órdenes de Conrad, quien la situó en la trayectoria apropiada para alcanzar la órbita lunar.
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(Foto: NASA)
Después del exitoso encendido del motor del módulo lunar, una operación crucial que no tenía ningún tipo de respaldo y que debía desarrollarse conforme a lo programado para garantizar el retorno a casa, los astronautas pudieron tranquilizarse un poco. El comandante, consciente del cansancio emocional de su colega Bean, le propuso que dedicara unos minutos a mirar por la ventana, relajándose así durante un tiempo. Bean lo hizo, y fue entonces cuando Conrad le hizo otra propuesta, una que no estaba en absoluto prevista. Le preguntó a su compañero si le gustaría «conducir» un rato el módulo lunar.
El vehículo estaba, básicamente, en una ruta de ascenso automático inercial, pero aún podían efectuarse con él algunos movimientos a través de los motores secundarios, lo que permitiría cambiar la orientación e incluso la trayectoria. Sonriendo, Bean asintió a la propuesta de su comandante. Como no querían perder la ruta, activaron un programa automático que tenía en cuenta las velocidades en todas las direcciones, partiendo de una determinada. Colocando a esta última en una posición inicial cero, si se aceleraba en cualquier otra dirección, siempre se podía operar de nuevo los propulsores para regresar a la posición cero, manteniendo así la ruta primitiva. Bean tenía su propio grupo de mandos en su lado del vehículo, así que comenzó a mover el módulo lunar a su antojo.
Durante unos instantes, Bean, que a pesar de su entrenamiento no había tenido la oportunidad de obtener experiencia en el manejo real de un módulo lunar, orientó el Intrepid a un lado y a otro, con suavidad, permitiendo a los dos astronautas cambiar su punto de vista sobre la superficie de la Luna y el espacio. Obediente, el programa automático se encargó después de mantener a la nave en su trayectoria de ascenso, evitando cualquier desvío que pudiera retrasar o adelantar su cita con el módulo de mando gobernado por Gordon.
Los controladores en la Tierra, que tenían acceso a la telemetría, sin duda se hubieran preocupado mucho en vista de tales movimientos y encendidos de propulsores. Se habrían preguntado qué estaba pasando, e inmediatamente hubieran interrogado a los tripulantes al respecto. Pero Conrad sabía muy bien que la Tierra permanecería ignorante de lo sucedido, al menos hasta el regreso: las maniobras se efectuaron durante el paso tras la Luna, cuando las comunicaciones, incluída la telemetría, quedaban interrumpidas. Nadie en el centro de control llegó a enterarse de la particular «excursión».
Una vez de regreso a la Tierra, dado que todas las maniobras habían quedado registradas, pudieron ser examinadas por los expertos de análisis de trayectorias y propulsión. Y en ese registro descubrieron lo que habían hecho los astronautas. Por fortuna, ya era tarde para preocuparse por lo que había pasado. Todo había ido bien y solo se había tratado de una travesura de los ocupantes del vehículo.



