Salud
¿Por qué algunas personas soportan más el dolor que otras?
¿Por qué unas personas parecen inmunes al dolor mientras otras se quejan con una simple rozadura? Esta es una pregunta que intriga tanto a médicos como a científicos, y la respuesta no es tan sencilla como parece. El umbral del dolor —es decir, la intensidad mínima a partir de la cual un estímulo se percibe como doloroso— varía enormemente de una persona a otra, y su explicación abarca factores genéticos, psicológicos, hormonales y culturales.
¿Qué es exactamente el umbral del dolor?
El umbral del dolor es la mínima intensidad de un estímulo que una persona reconoce como doloroso. No debe confundirse con la tolerancia al dolor, que es la cantidad máxima de dolor que una persona puede soportar antes de que se vuelva insoportable.
Por ejemplo, dos personas pueden sentir dolor al mismo nivel de presión en la piel, pero una de ellas puede tolerarlo más tiempo que la otra. Ambas experiencias están moduladas por mecanismos distintos, aunque relacionados.
1. Genética: el primer condicionante del dolor
Numerosos estudios han identificado genes que influyen en cómo procesamos el dolor. Variaciones en genes como SCN9A (que codifica canales de sodio en las neuronas sensoriales) pueden aumentar o disminuir la sensibilidad al dolor.
En algunos casos extremos, mutaciones en este gen pueden causar insensibilidad congénita al dolor —una condición en la que las personas no sienten dolor físico en absoluto, lo que puede ser extremadamente peligroso.
2. Sexo y hormonas: diferencias entre hombres y mujeres
Las mujeres suelen reportar una mayor sensibilidad al dolor en estudios clínicos, lo que ha llevado a teorías hormonales. Los estrógenos y la progesterona influyen en los receptores del dolor y en la inflamación, haciendo que la percepción del dolor pueda variar incluso a lo largo del ciclo menstrual.
Por otro lado, los hombres tienden a liberar más endorfinas en respuesta al dolor, lo que puede explicar una mayor tolerancia en ciertos contextos.
3. Factores psicológicos: estrés, ansiedad y atención
La manera en que una persona piensa y siente respecto al dolor influye profundamente en su experiencia. El estrés y la ansiedad pueden amplificar la percepción dolorosa, mientras que técnicas como la meditación, la distracción o la respiración consciente pueden disminuirla.
Las personas con trastornos como la depresión o la ansiedad generalizada tienen, en promedio, umbrales más bajos de dolor, lo que sugiere un fuerte vínculo entre la salud mental y la percepción del dolor.
4. Experiencias previas y cultura
La cultura y el entorno también modelan nuestra relación con el dolor. En algunas culturas, el dolor se interpreta como un símbolo de fortaleza; en otras, se asocia directamente con enfermedad o debilidad. Estas creencias moldean nuestras reacciones desde la infancia.
Además, una persona que ha experimentado dolor crónico o trauma puede tener un sistema nervioso más sensibilizado, respondiendo con más intensidad a estímulos leves. Esto se conoce como sensibilización central.
5. Ejercicio, alimentación y estilo de vida
El estilo de vida también juega un papel relevante. Personas físicamente activas suelen tener mayor tolerancia al dolor, probablemente debido a una mejor circulación, musculatura más desarrollada y liberación regular de endorfinas.
La dieta también influye: se ha observado que deficiencias en vitaminas como la B12 o el magnesio pueden aumentar la percepción del dolor, al igual que el consumo excesivo de alcohol o la falta de sueño.
¿Tiene implicaciones médicas? Sí, y muchas
Comprender que el dolor es una experiencia subjetiva ha revolucionado la medicina moderna. Tratar a todos los pacientes bajo los mismos umbrales de referencia puede conducir a diagnósticos erróneos o subestimación del sufrimiento.
Por eso, en la actualidad se promueve una medicina personalizada del dolor, donde se tienen en cuenta tanto las condiciones fisiológicas como emocionales del paciente.