Psicología
Por qué nos cuesta diferenciar rostros de personas de otras etnias
Reconocer rostros humanos es una de las habilidades cognitivas más refinadas de nuestra especie. Sin embargo, esta capacidad no es universal ni simétrica: a muchas personas occidentales les resulta difícil distinguir entre rostros de personas asiáticas, y a muchas personas asiáticas les ocurre exactamente lo mismo con individuos occidentales. Este fenómeno, tan común como incómodo, no es una cuestión de falta de atención ni de estereotipos culturales, sino un efecto estudiado y ampliamente documentado por la psicología cognitiva y la neurociencia: el “efecto de la otra raza” (Other-Race Effect, ORE).
Un fenómeno universal: así funciona el reconocimiento facial en el cerebro
Nuestro cerebro no analiza los rostros como si fueran dibujos estáticos. Más bien, desarrolla un mecanismo de reconocimiento especializado basado en patrones sutiles: la distancia entre los ojos, la forma de los pómulos, la curvatura de labios, sombras, proporciones…
Este sistema se entrena desde la infancia. Y aquí aparece el factor clave:
nuestra capacidad para diferenciar rostros depende directamente de la exposición que tenemos a ellos.
Durante los primeros años de vida, el cerebro ajusta sus redes neuronales para reconocer de forma precisa aquello que ve con más frecuencia. Si la mayoría de los rostros que un niño observa pertenecen a una misma etnia, su sistema de reconocimiento facial se optimiza para ese tipo de rasgos. Más tarde, ya en la edad adulta, este entrenamiento afecta a la rapidez y precisión con la que se procesan rostros de otras poblaciones.
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El “efecto de la otra raza”: qué es exactamente
El ORE es una tendencia consistente: identificamos y recordamos mejor rostros de nuestra misma etnia que los de otras etnias.
Este fenómeno se ha observado en personas:
-occidentales que reconocen peor rostros del este de Asia
-asiáticas que diferencian peor rostros europeos
-africanas con rostros europeos o asiáticos
-y, en general, entre cualquier combinación de grupos con diferentes rasgos típicos
No es un fenómeno cultural ni un problema de percepción visual. Es un sesgo cognitivo automático, producto del aprendizaje perceptivo.
¿Por qué ocurre? Tres claves científicas
1. Falta de exposición visual temprana
La evidencia señala que el cerebro infantil es muy plástico. Hasta alrededor de los 9 meses, los bebés reconocen con igual habilidad rostros de distintas etnias. Después, si la exposición se reduce, el cerebro “especializa” su sistema y pierde capacidad para diferenciar rasgos menos familiares.
2. Procesamiento configuracional vs. procesamiento básico
Cuando miramos rostros familiares aprendemos a detectar diferencias configuracionales: microvariaciones en proporciones y geometrías faciales. En cambio, con rostros poco familiares tendemos a identificarlos por rasgos generales (“ojos grandes”, “pelo oscuro”), que son menos precisos y generan confusión.
3. Eficiencia cognitiva
El cerebro busca ahorrar energía. Al enfrentarse a rasgos desconocidos, utiliza “atajos” perceptivos y agrupa rostros similares en categorías amplias. Esto reduce la precisión en la identificación individual.
¿Es inevitable? La plasticidad del cerebro juega a nuestro favor
La buena noticia es que el efecto de la otra raza no es permanente ni rígido. La exposición frecuente y prolongada a rostros de diferentes etnias mejora la precisión de forma significativa.
Estudios con personas que viven en entornos multiculturales, adoptados internacionales y profesionales expuestos a rostros muy diversos (por ejemplo, personal de seguridad aeroportuaria) muestran que la habilidad de reconocimiento se puede entrenar.
¿Significa esto que todos los rostros de otras etnias “se parecen”? No
La percepción subjetiva de similitud no refleja la realidad. Los rasgos dentro de cada población humana son tan diversos como en cualquier otra. Lo que cambia no es la diversidad real, sino nuestra capacidad de distinguirla debido al entrenamiento perceptivo recibido.
Comprender este fenómeno sirve precisamente para evitar prejuicios y reconocer que se trata de un proceso cognitivo natural, no de una valoración cultural.



