Neurología
La sorprendente diferencia de atención ante la aparición de un sonido y su desaparición
Nuestro cerebro es mejor para escuchar sonidos nuevos o que crecen en intensidad que para detectar los que desaparecen. La sabiduría popular y la experiencia de casi cualquiera lo corroboran. Pero en un nuevo estudio se ha medido la magnitud de esa diferencia. Y es más grande de lo que muchos creían.
Los resultados del nuevo estudio podrían explicar cosas como por qué los padres a menudo no se dan cuenta del repentino silencio de su retoño en la habitación donde juega, un silencio que suele acompañar el inicio de una travesura potencialmente grave.
La capacidad auditiva desempeña un papel importante como sistema de alerta temprana para dirigir nuestra atención con rapidez hacia sucesos nuevos. De hecho, a menudo confiamos en los sonidos para que nos alerten sobre lo que sucede alrededor nuestro antes de que lo veamos, como por ejemplo cuando alguien entra caminando en la habitación donde estamos y nos hallamos de espaldas a la puerta.
Sin embargo, poco se sabe sobre cómo nuestro cerebro interpreta los sonidos que se producen a nuestro alrededor y qué nos hace percatarnos de ciertos cambios acústicos mientras que otros de igual magnitud nos pasan completamente desapercibidos.
Unos investigadores en el Instituto del Oído del University College de Londres se propusieron averiguar qué cambios en un ambiente sonoro resultan más difíciles de percibir, aparte de los casos obvios de sonidos casi imperceptibles.
Ellos crearon ambientes sonoros artificiales formados por distintos sonidos y les pidieron a los participantes que detectaran la aparición o desaparición de diferentes sonidos específicos dentro del conjunto de ruidos.
El equipo halló que, en general, las personas pueden detectar muy bien los sonidos nuevos a su alrededor, pero son mucho menos capaces de detectar cuándo desaparece un sonido. En los entornos de gran congestión sonora, los participantes del estudio no detectaron más de la mitad de los cambios que ocurrieron alrededor suyo, y para los cambios que detectaron tuvieron tiempos de reacción mucho más largos. Los efectos parecen no ser afectados por el volumen.
Tal como razona la Dra. María Chait, quien dirigió la investigación, cabe esperar que seamos más sensibles a la aparición de sonidos, ya que, en términos de supervivencia, está claro que es mucho más importante detectar la llegada de un depredador que su partida. Pero este razonamiento no se aplica a otras situaciones. Y el ejemplo que pone la Dra. Chait es elocuente: Imagínese que va caminando por un bosque con un amigo detrás de usted, y de repente cesa el sonido de sus pasos. Los resultados de la investigación realizada por Chait y sus colegas demuestran que hay un gran número de situaciones potencialmente peligrosas cuyas señales sonoras que sirven de alerta y que el oído capta perfectamente, pasan desapercibidas para el cerebro.
Información adicional