Microbiología
Así era el ancestro unicelular común
Durante décadas, uno de los mayores enigmas de la biología evolutiva ha sido reconstruir el aspecto, el comportamiento y la fisiología del Último Ancestro Común Universal —el célebre LUCA por sus siglas en inglés—. No se trató del primer ser vivo de la Tierra, pero sí del antepasado del que descendemos todos: bacterias, arqueas, plantas, animales y nosotros mismos. Aunque nunca podremos observarlo directamente, la ciencia moderna ha logrado trazar un retrato sorprendentemente detallado de este microbio primordial.
Un habitante de un mundo extremo
Las evidencias genéticas apuntan a que LUCA vivió hace unos 3.800 millones de años, cuando la Tierra era un planeta radicalmente distinto: volcanes activos, océanos ricos en minerales y un ambiente dominado por altas temperaturas. En este contexto, LUCA probablemente fue un organismo termófilo, un microbio capaz de prosperar en condiciones que hoy consideraríamos letales.
Las reconstrucciones bioquímicas sugieren que vivía cerca de fuentes hidrotermales submarinas, lugares donde el agua cargada de energía química y minerales emergía desde el interior de la corteza terrestre. Estos entornos ofrecían una abundancia de compuestos esenciales que facilitaban las primeras reacciones metabólicas complejas.
![[Img #77454]](https://noticiasdelaciencia.com/upload/images/12_2025/2794_screenshot-2025-12-03-at-09-20-52-inferring-lucas-genome-last-universal-common-ancestor-wikipedia.jpg)
(Foto: Ian Alexander/Wikimedia Commons)
Un metabolismo simple, pero extraordinariamente eficiente
A diferencia de los organismos modernos que dependen del oxígeno, LUCA vivió en un mundo completamente anóxico. Su metabolismo se basaba en reacciones químicas que aprovechaban gases como el hidrógeno molecular (H₂) y el dióxido de carbono (CO₂). Este estilo de vida recuerda a ciertos microbios actuales que viven en fumarolas hidrotermales, los llamados arqueas metanógenas o bacterias reductoras de hidrógeno.
Entre las características metabólicas más probables de LUCA se incluyen:
-Enzimas primitivas capaces de captar CO₂ y transformarlo en moléculas orgánicas.
-Uso de metales, especialmente hierro y níquel, para catalizar reacciones químicas esenciales.
-Ausencia de oxígeno, lo que obligaba a un metabolismo anaeróbico y muy distinto del que conocemos en seres complejos.
Este modelo metabólico tiene otra implicación interesante: las primeras formas de vida pudieron haber surgido no de la luz, sino de la química del subsuelo oceánico, mucho antes de la aparición de la fotosíntesis.
La estructura celular: pequeña, simple… pero altamente funcional
¿Cómo era físicamente LUCA? Los análisis genómicos comparativos indican que poseía:
-Una sola célula con membrana, probablemente más parecida a la de las arqueas modernas que a la de las bacterias.
-Material genético basado en ADN, ya organizado y protegido.
-Ribosomas funcionales, capaces de traducir instrucciones genéticas en proteínas.
-Un sistema de replicación y reparación del ADN, aunque más rudimentario.
Esto señala un punto importante: cuando LUCA apareció, la biología molecular ya había alcanzado un nivel de complejidad notable. La vida no comenzó con LUCA, sino mucho antes.
La herencia que aún llevamos dentro
Cada vez que una célula moderna copia su ADN, fabrica proteínas o regula su metabolismo, está utilizando mecanismos que se remontan a aquel microbio ancestral. LUCA no solo fue un organismo aislado: fue la bisagra biológica que permitió la diversificación posterior de la vida en dos grandes dominios —bacterias y arqueas—, que más tarde darían lugar a los eucariotas.
De hecho, algunos genes que compartimos con bacterias y arqueas son “fósiles vivientes” que nos conectan directamente con él.
¿Por qué entender a LUCA importa hoy?
Conocer cómo era y cómo vivía el ancestro unicelular común permite:
-Comprender el origen del metabolismo moderno, clave para biotecnología y medicina.
-Guiar la búsqueda de vida en otros planetas, especialmente en lunas oceánicas como Europa o Encélado.
-Saber qué condiciones mínimas son necesarias para que surja la vida.
Todo apunta a un mensaje profundo: la vida, incluso en sus formas más primitivas, es capaz de florecer en entornos extremos y de transformar un planeta entero.



