Neurología
Alcohol y pérdida de memoria
En los últimos años, la investigación neurocientífica ha avanzado lo suficiente como para trazar un mapa bastante claro sobre cómo el alcohol afecta a uno de los sistemas más delicados y complejos del cuerpo humano: la memoria. Aunque beber de forma moderada pueda parecer inocuo, la evidencia muestra que incluso consumos que consideramos “sociales” pueden desencadenar alteraciones temporales —e incluso duraderas— en el funcionamiento cerebral.
El hipocampo: el órgano clave que el alcohol desestabiliza
La memoria, en todas sus formas, pasa por un centro de operaciones fundamental: el hipocampo. Situado en lo profundo del lóbulo temporal, este pequeño pero crucial conjunto de estructuras se encarga de consolidar los recuerdos a largo plazo, orientar la navegación espacial y organizar la información reciente.
El alcohol interfiere de manera directa en su actividad. Cuando los niveles de alcohol en sangre aumentan, el hipocampo reduce su capacidad para generar nuevas conexiones neuronales (sinapsis). Como resultado, el cerebro es incapaz de “registrar” lo ocurrido, lo que explica fenómenos tan conocidos como los apagones (blackouts). La persona puede estar consciente, hablando y socializando, pero su cerebro simplemente no está grabando.
¿Qué son exactamente los ‘apagones’ y por qué ocurren?
Los apagones alcohólicos son episodios de amnesia que se producen cuando el alcohol bloquea la acción del glutamato, uno de los neurotransmisores esenciales para la formación de recuerdos. La consecuencia es que, durante un periodo variable, el cerebro opera “sin cámara de vídeo”.
Existen dos tipos principales:
-Apagón fragmentado (brownout): la persona tiene recuerdos sueltos, discontinuos.
-Apagón completo: no hay memoria de lo ocurrido, incluso aunque la persona haya interactuado con otros de manera aparentemente normal.
Estas lagunas no solo dependen de la cantidad absoluta de alcohol, sino de velocidad de consumo, peso corporal, alimentación previa, calidad del sueño y genética.
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Efectos a largo plazo: cuando las consecuencias se acumulan
Si los apagones son la cara más visible y llamativa, la ciencia también ha documentado efectos más silenciosos, pero persistentes. El consumo frecuente de alcohol, incluso sin llegar a la embriaguez severa, puede reducir el volumen del hipocampo y alterar procesos como:
-Memoria de trabajo (retener información durante cortos periodos).
-Velocidad de procesamiento mental.
-Funciones ejecutivas (planificación, toma de decisiones y autocontrol).
En personas con consumo intensivo prolongado, el deterioro puede convertirse en permanente, llegando a casos como el síndrome de Korsakoff, una forma grave de amnesia causada por daño cerebral asociado, entre otros factores, a déficit de vitamina B1.
¿Existe un umbral seguro? La ciencia no da una respuesta única
Diversos estudios convergen en un mensaje común: no existe un nivel de alcohol completamente inocuo para el cerebro. Sin embargo, beber de forma ocasional y moderada parece tener un impacto mucho menor y, en la mayoría de los casos, reversible. Lo que sí está claro es que:
-Los episodios de gran consumo en poco tiempo (binge drinking) son especialmente dañinos.
-Cuanto más joven es el cerebro, mayor es el impacto negativo.
-La recuperación cognitiva es posible tras reducir o abandonar el consumo.
Cómo proteger tu memoria si decides beber
Aunque la mejor manera de evitar daños es reducir o evitar el alcohol, la ciencia ofrece algunas estrategias prácticas:
-Comer antes y durante el consumo.
-Espaciar las bebidas.
-Mantenerse hidratado.
-Dormir adecuadamente.
-Establecer límites realistas y cumplirlos.
Estas medidas no eliminan el riesgo, pero sí pueden reducir la probabilidad de sufrir episodios de amnesia.

