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Lunes, 28 de Enero de 2013
Antropología

Un nuevo estudio científico descarta la relación entre los rasgos faciales y el comportamiento agresivo

Todo indica que no existe relación entre las características de los rasgos faciales y el comportamiento violento en algunos hombres, según un estudio publicado en la revista PLOS ONE por un equipo internacional en el que participa la profesora Mireia Esparza, de la Unidad de Antropología del Departamento de Biología Animal  de la Universitat de Barcelona (España). La investigación está coordinada por los expertos Rolando González José, del Centro Nacional Patagónico (CENPAT-CONICET, Argentina), y Jorge Gómez Valdés, de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El estudio aporta nuevos datos científicos para rechazar las hipótesis que asocian los rasgos faciales con las conductas antisociales y criminales, que tuvieron mucha aceptación a mediados del siglo XIX y que últimamente vuelven a tener fuerza. Para llevar a cabo la investigación, los autores han utilizado una muestra de 4.960 individuos de 94 poblaciones de todo el mundo, lo que les ha permitido tener una visión global de la forma facial y poder hacer un análisis mucho más preciso tomando en consideración los aspectos diferenciales. Como base del protocolo de estudio, han estudiado el índice fWHR -la relación entre la anchura y la altura faciales- como posible predictor del comportamiento agresivo en poblaciones de hombres.
 
Tal y como explica la profesora Mireia Esparza, «se utilizó el índice fWHR, en primer lugar, porque es un buen indicador de la forma de la cara y, por otra parte, porque es el índice que se ha usado en los trabajos previos que relacionaban mayor anchura facial con mayor agresividad. Así, podíamos comparar resultados y no había sesgos debido al uso de otro indicador». La contribución de la profesora Esparza a este trabajo internacional se ha centrado en la reconstrucción de las genealogías de la población de Hallstatt, en Austria, a partir de datos biodemográficos de los hombres de esta localidad para obtener la información genealógica de los cráneos de estudio y calcular la eficacia biológica (fitness) de cada individuo analizado.
 
Los resultados de la investigación coinciden con los de trabajos anteriores, que no observaban relación entre el índice fWHR y la agresividad. «Pero el estudio va todavía más allá», subraya Esparza. «Por un lado, la metodología utilizada se basa en medidas craneofaciales y coordenadas craneales en 2D y 3D, y nos da resultados más fiables que los estudios previos, que trabajan con fotografías. Además, nuestro análisis ha tomado en consideración cerca de 5.000 individuos de 94 poblaciones distintas de todo el mundo, de modo que se han podido realizar análisis comparativos inter e intrapoblacionales».
 
«Finalmente -continúa-, el uso de dos poblaciones concretas, como la de cráneos decorados de la iglesia católica de Hallstatt y la de la penitenciaría de México, nos han permitido hacer análisis más completos. El estudio de la población de Hallstatt nos ofrece una oportunidad única para poder relacionar parámetros de historia de vida, como la fitness o la fecundidad, con rasgos craneométricos, y ha sido un factor clave para constatar que los individuos con mayor índice fWHR no presentaban mayor fitness. En paralelo, el análisis de la población mexicana revela que no había relación entre un mayor o menor grado de agresividad y la forma de la cara».
 
Para los coordinadores del trabajo, Rolando González José y Jorge Gómez Valdés, «las implicaciones sociales y políticas que puede tener la publicación de hipótesis adaptativas sin contrastar pueden generar un aumento de los prejuicios raciales, discriminación e intolerancia». Con este estudio, además de confirmar que los rasgos faciales son predictores débiles del comportamiento agresivo, también se refuerza la hipótesis de que el índice fWHR no presenta dimorfismo sexual. Es decir, los hombres con mayor índice fWHR -caras más anchas en relación con la altura- no tienen más descendencia (éxito reproductivo) ni manifiestan más comportamientos violentos. La presencia de un marcado dimorfismo por este rasgo indicaría que los hombres con caras más anchas se han seleccionado favorablemente a lo largo de la evolución humana moderna, las mujeres los preferirían como pareja y tendrían más fitness. «Con nuestro estudio demostramos que esto no ha sido así y que la forma de la cara no es un predictor del comportamiento», concluye Esparza.
 
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