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Miércoles, 30 de Enero de 2013
Arqueología

Hace unos 14.000 años los humanos comían ballena en Málaga

Hace entre 14.500 y 13.500 años, el asentamiento de cazadores y pescadores de Nerja, en la provincia española de Málaga, estaba separado de la costa unos 4 kilómetros. Para sobrevivir, la comunidad caminaba durante horas hasta la orilla del mar y allí pescaban y trasladaban sus presas, como delfines o focas, hasta la cueva en la que habitaban. Sin embargo, al encontrar restos de ballena, tuvieron que cambiar su estrategia, según demuestra un estudio publicado en la revista Quaternary International.

“Llevaban los pedazos de carne, grasa y piel a la cueva, pero dejaban los huesos del animal en la playa”, explica Jesús F. Jordá, investigador del departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED (España) y uno de los autores del estudio. Los científicos han descubierto en la Cueva de Nerja cientos de restos de balanos, pequeños crustáceos que viven en la piel de las ballenas.

“Al estar íntimamente asociados a las partes comestibles de la ballena y aparecer muchos de ellos quemados en el interior de un hogar, la presencia de estos crustáceos nos proporciona la evidencia indirecta más antigua del consumo de ballenas en la Prehistoria europea”, añade Esteban Álvarez-Fernández, investigador de la Universidad de Salamanca y autor principal del trabajo.

En el estudio, además de científicos de la UNED y la Universidad de Salamanca, participan la Universidad de Valencia, la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad Nacional de Australia, el Instituto Geológico y Minero de España, el Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) y el Museo de Historia Natural de París (Francia).

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Los crustáceos hallados pertenecen a dos géneros diferentes –Tubicinella major y Cetopirus complanatus– y muchos de ellos se encontraban totalmente quemados, lo que indica que los humanos de aquella época asaban la carne de ballena para comérsela.

Su análisis indica que vivían alojados en la piel de una ballena franca austral (Eubalaena australis), propia de las aguas del hemisferio sur, u otra distribuida actualmente por el Atlántico norte (Eubalaena glacialis). Sea cual sea, el hallazgo de los balanos “confirma el importante descenso de la temperatura de las aguas marinas en aquel período”, afirma Álvarez-Fernández.

Además, se da la circunstancia de que nunca hasta ahora se habían hallado estas dos especies de crustáceo juntas en un yacimiento prehistórico a escala global. (Fuente: divulgaUNED)


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