Biología
¿Castiga realmente la evolución a los egoístas?
Los resultados de ese polémico estudio reciente, realizado por Christoph Adami y Arend Hintze, biólogos evolutivos de la Universidad Estatal de Michigan, indican que la evolución no favorece a los egoístas, lo que contradice a una teoría que se hizo muy popular en 2012.
Aunque ciertamente por un período corto y contra un conjunto específico de rivales, algunos individuos egoístas dentro de una especie pueden salir ganando, el problema es que el egoísmo no es evolutivamente sostenible. Ésta es la conclusión a la que llegaron Adami e Hintze y que defienden los partidarios de la teoría de que la evolución "castiga" a los egoístas.
Para su estudio, se valieron de la Teoría de Juegos, la cual ha sido utilizada con éxito en campos muy variados, desde la biología a la economía, e incluso para desarrollar modelos matemáticos con los que ayudar a resolver problemas de congestión administrativa en una corte de justicia, como por ejemplo hizo brillantemente el matemático Ricardo Miró.
Gran parte de las investigaciones de los últimos 30 años sobre el tema de si el egoísmo es o no evolutivamente sostenible se ha orientado hacia la cuestión de cómo surgió la cooperación, dado que ésta se encuentra en muchas formas de vida, desde organismos unicelulares hasta el Ser Humano.
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En 2012, se publicó un artículo académico que presentó una posible estrategia mediante la cual el egoísta típico tendría garantizado vencer en el marco evolutivo a los rivales que, sin hacer trampas, siguen la senda de la cooperación. A esa estrategia se la ha denominado Determinante Cero.
Ese artículo académico causó bastante revuelo. El resultado principal parecía ser completamente distinto a los obtenidos durante los 30 años anteriores de intensa investigación en este campo.
Hintze y Adami tenían sus propias dudas acerca de si el resultado de seguir una estrategia de determinante cero sería esencialmente la eliminación de la cooperación y la creación de un mundo lleno de seres egoístas. Así pues, se valieron de ordenadores de alta potencia para recrear cientos de miles de interacciones, análogas a juegos en los que tanto la cooperación como el egoísmo pueden ser estrategias que permitan ganar, y encontraron que las estrategias de determinante cero nunca pueden ser el producto de la evolución. Aunque dichas estrategias ciertamente ofrecen ventajas cuando se usan contra oponentes que no emplean estrategias de esa clase, no funcionan bien cuando se usan en contra de otros rivales que también las utilizan.
La única forma en que los jugadores que solo aplican estrategias de determinante cero podrían sobrevivir sería si ellos pudiesen reconocer siempre qué clase de individuos son sus oponentes. E incluso si fuesen capaces de eso y en consecuencia tuvieran una ventaja evolutiva que mediante los mecanismos de la selección natural condujera a una población formada exclusivamente por practicantes de una estrategia de determinante cero, tarde o temprano deberían evolucionar, dejando atrás su condición más acérrima de estrategas de determinante cero y volviéndose paulatinamente más cooperativos.
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